Sunday, August 11, 2024

Dios ríos, Elogio de Andrea García Molina

El Almendares es el río emblemático de la ciudad de la Habana, dividiendo sus barrios del Vedado y Marianao; y pareciera en esto de una unidad, en ese poder con que corre, entre su cristalino ayer y su turbio presente. Pero el afluente —enigmático como la ciudad— es doble, centrando un país metafísico y no meramente histórico; mediando como experiencia entre dos realidades, cada una con su propio río como su propia historia.

De un lado, la reina hierática del postmodernismo cubano, con su paisaje burgués en el bucolismo criollo; bello sin duda, como un Sorolla de tierra adentro, que de mar sólo tiene el futuro, al que se dirige displicente. Del otro lado, una matriarca del postnovismo, con un paisaje todavía hermoso pero decrépito en esta hermosura; como un grito de bacante herida por la desgracia del hijo, y que sólo sabe aullar su dolor, prosaico y no sublime.

Una es Dulce María Loinaz, otra es Andrea García Molina, cada una con su propio país —como un sentido— a cuesta; y entre ellas, explicándolas, la bisagra de toda realidad, que es la poética trascendente de Georgina Herrera. Sólo esta puede explicar en su extrañeza ese contraste que une a las otras dos, realidad unificiente ella misma; como el puente alto de concreto, que ofrece la perspectiva sobre toda orilla posible, porque todas son suyas.

El río Almendares tiene así esa naturaleza misteriosa de todo cuerpo de agua, como un poder que se extiende; y que sosteniendo una realidad en cada hombro, les da sentido a todas en sí mismo, como su trascendencia. En verdad, el río que se ve es el que se forma de las lágrimas de estas mujeres, una en la abulia y la otra en su tragedia; ambas en la melancolía y la añoranza con que trascienden, pero solo una de ellas inmanente, real en su consistencia; la otra apenas una sublimación, un espíritu —dudoso como todo espíritu— del país, su leyenda aurea e irreal.

Como los ideogramas congos, todos los sentidos son de la realidad, pero sólo unos cuantos entre estos son reales; los otros son esas ofensas trascendentalistas que desgastan a la humanidad, perdiendo el sentido —la inmanencia— con la abulia. Esos son los misterios de lo real que esconde la poesía como liturgia, con himnos sentidos y profundos, de misa negra; dichosas las que lloran, susurran las ninfas negras en este río de trastocado Congo, porque ellas conocen el amor.

Sólo lo real trasciende, en esa consistencia suya de naturaleza en que se realizan los fenómenos, siempre concretos; y por eso, todo trascendentalismo es un gesto vano, destinado a diluirse en el vacío de su belleza sublime. Eso sin embargo no alcanza para negar los otros tres cuartos de la realidad en que se determina su inmanencia; y que parten de esta, como la consistencia en que es apenas comprensible, en esa distorsión borrosa de lo histórico.

De los dos ríos que cruzan a la Habana en uno, uno de ellos es tan solo reflejo del otro, aunque sea le vea primero; el otro es la densidad y sentido de este, la consistencia de la que no sabe que carece, y por la que flota sin sentido. Una mujer negra y hermosa es el puente de concreto que corre cuentas de collar entre sus manos, como este drama; ella puede explicarlas a estas dos, pero sólo una de ellas puede verla y escuchar sus palabras, la otra es apenas un velo.

Sunday, June 30, 2024

Dichosas las que lloran

Por Juan A. Madrazo Luna

Gracias a Laia Editora de Argentina y su colección Libros personales se logró asomar al universo de la más reciente poesía cubana un libro de un gran peso íntimo y emocional en clave afrodescendiente, de la mano de dos grandes poetisas cubanas Andrea García Molina y Dulce María Sotolongo. En Alcatraz no llegan los Gorriones, con bellas ilustraciones de Reinier Cabrera Marrero, nos asomamos al mundo del dolor humano de aquellos que están privados de libertad.

Las trampas de la vida dejan marcas en estas mujeres poetisas, al ellas estar también muy marcadas por la ausencia de sus hijos, privados de la libertad. Ellas dos desde su trinchera que es la poesía, y desde su sensibilidad afrofeminista, muerden la palabra para versificar la esencia de las cosas; tal como otra poeta del Atlántico negro nos recuerda la afrobrasileña Conceicao Evaristo.

Tanto peso íntimo y emocional tiene este libro, que es difícil que más de una lagrima no nos sea arrancada. Ya este libro no les pertenece ni a Andrea ni a Dulce María, pues aquí están las historias de vida de muchas mujeres; no solo en Cuba sino también en otras partes, en particular las afrodescendientes del Sur Global.

Estas dos mujerangas y cimarronas, por derecho propio desde la autoestima, desde el desgarramiento, ese que deja marcas en la piel de las mujeres negras donde quiera que estén, desde un sonido ancestral, ambas nos traducen el dolor humano; no solo traducen su dolor como madres, sino que también dan voz a un coro de voces silenciadas, ellas también prestan sus voces a la llamada gente sin historia.

De Andrea Molina uno de sus poemas Policromía, tiene tanta fuerza coral que nos recuerda que lo difícil no es ser Hombre, lo difícil es ser Negro; pues nos dice que

"No puedo ser un negro y equivocarme, si logro estar a salvo de las desobediencias estaré en riesgo del equivoco ajeno.

No puedo ser bisnieto de taita Julián

y no ser desconfiable,

con pigmento atezado

sentenciando mi piel"

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Otros de sus poemas, A la hora del crepúsculo, su final cierra con “En mi país el sol es tan simétrico que me debo cuidar de su equidad”.

Andrea nos asoma a esos escenarios donde no llegan los sonidos de la libertad, pero también le dice a su hijo que "no permite aguaceros hasta que no regrese y le devuelvan su sonrisa llena de romerillos y luces en la cara".

De Dulce María, uno que me impacto es Traición, el cual nos dice que "Nunca se sabe si el silencio es un amigo o un centinela que se pega a tu piel para escudriñar en tu alma, el sitio donde escondes la esperanza".

Tampoco su poema Libertad se queda detrás:

"La palabra libertad escapa al palenque de los insumisos.

Los perros pierden el rastro

de la madre que más que huir

vuela hacia la cima del monte”.

Ellas dos, desde la ternura cimarrona de su pedagogía poética, nos asoman al mundo de la cárcel, la cual existe y es un hueco en la rabia y la desesperanza. Son historias que pesan demasiado.

Es un libro escrito no solo desde el dolor humano, sino también desde la trinchera de la piel.

Gracias a las dos por continuar siendo las fugitivas, como la gran poetisa Georgina Herrera, una de nuestras grandes; gracias a las dos, por permitirme enamorarme de su poética afrofeminista y afrocimarrona, y ser las dos madre coraje. Dichosas las que lloran, pero no hay mejor música que el eco de sus palabras, que le da voz a otras mujeres.

Gracias a Librería Ireti, por hermanarnos desde la afroconciencia.


Saturday, June 8, 2024

Ediel González Herrera y la sociedad secreta abakuá

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Este libro es especialmente valioso, estableciendo por fin una antropología de la negritud en Cuba; como una formación que puede desarrollarse como alternativa, gracias precisamente a su marginalidad. Este es el principio que desconoció la tradición cubana de antropología, fundada en el trabajo de Fernando Ortiz; con esa cualidad autorreferencial en su aparente suficiencia, pero deviniendo etno más que antropológico. 

El trabajo de Ediel es pertinente por muchas razones, la primera al mover el conflicto desde esta naturaleza política; ya que estableciéndolo como estrictamente antropológico, permite por fin una comprensión más efectiva del mismo. Pero este trabajo es importante también ofreciendo los instrumentos para esa corrección de la tradición misma; que establecida por el esfuerzo ilustrado de Fernando Ortiz, no habría hecho sino ahondar en este defecto suyo.

Esto es lo que hace al pormenorizar las especificidades de ese traslado de la cultura negra al contexto cubano; extraída así del propio, en el que deja sus determinaciones primeras, para asumir las nuevas, en su adaptación. Lo que se preserva así —siguiendo al autor— no es ya el cuerpo de la tradición, perdido en su función original; pero sí su sentido práctico, como sensibilidad especial para la comprensión de la realidad, como residuo de esa tradición.

Esto aún corregiría otro defecto estructural, en los esfuerzos de los mismos negros por corregir esa inadecuación inicial; achacándola a una falta de tradición ilustrada propia[1], que sin embargo sólo repetiría los parámetros que corrompen a la occidental. En otro ejemplo, Ediel esclarece la peculiaridad que permite el establecimiento de las sociedades Ekpe en Cuba; más específicamente la Habana, que como centro político distingue a la cultura cubana de la del resto del Caribe.

Ediel describe incluso la forma en que se integra el negro a la sociedad, con la restructuración militar de la Habana; dando lugar a un proceso de sincretización social, que libera fondos efectivos para este desarrollo al margen de la estructura central. Esa será pues la primera distorsión política de la cultura en el caso cubano, típica del racionalismo moderno; que con base en el Humanismo genera estas contradicciones, en su contracción de la cultura al trascendentalismo histórico, como dialéctico.

Otro de los aciertos de González, es al tratar la cuestión de su la Regla Abakuá es de hecho una religión; denotando un problema mucho más profundo, en la complejidad y flexibilidad de la cultura que refleja. En este sentido, se asume que las religiones africanas son maduras y estáticas, como animistas o politeístas; lo que parte del error que concibe al África cono una unidad cultural, desconociendo sus múltiples desarrollos.

Como no podía ser de otro modo, el autor también incursiona en del arte negro, especial obviamente el abakuá; y aunque consigue un muy buen inventario de lo que ocurre en este sentido, no logra sin embargo adentrarse en el análisis estético. Así mismo, merecerá mejor tratamiento este del controversial peso político de Guillén en el control de la imagen negra; igual que el grado y naturaleza de la negritud como referencia, en autores cono Nancy Morejón, o la ausencia notable de Exilia Saldaña.

No obstante, y como con el resto del libro, sí establece una base sobre la que desarrollar una crítica más sistemática; ya que —errada o no— esta es la que crea un espectro hermenéutico efectivo, con el que hacer esta corrección paulatinamente. La estructura del libro es intelectualmente fragmentada, separado en capítulos cortos sin mayor continuidad; que sin embargo lo hacen ligero, como un producto de la cultura popular y para la cultura popular, no elitista.

El autor termina su exhaustivo recorrido por el tema abakuá con una recomendación a la intelectualidad, de acercarse a lo popular; no puede comprender que eso es imposible, porque no es lo popular sino su propia naturaleza el objeto de la clase intelectual. Como en el caso del determinismo político, esto no afecta sin embargo su objetividad antropológica, sino sólo la social; quedando siempre las referencias originales de la etnografía clásica —como con Fernando Ortiz y Carpentier— para corregir este exceso.


[1] . Cf: Se trata de un contraste con las quejas acerca de la carencia de una tradición ilustrada negra en Cuba; que no sólo no es cierta, sino que se traduce de hecho en un retardamiento de los procesos de madurez política. Cf: Enrique Patterson, La soledad histórica.


Friday, June 7, 2024

De la madre del mundo

En 1952 Georgina Herrera rompió la barrera de la ilustración cubana, con su pica de poesía femenina y negra; un suceso subrepticio, que sólo mostraría resultados dos años después de su muerte, con la floración de esa poesía. La razón que separa a Georgina del resto de la negritud cubana y su feminidad, sería su carácter popular; en un contraste tan abierto con la tradición nacional, que resulta hasta ofensivo en su transhistórica soledad.

Es con su segundo aniversario, tras su muerte, que aflora esa generación de mujeres negras y estupenda poesía; en un homenaje que la confirma en esta singularidad suya, rotos los muros de la ilustración que la confinaban. No hay que equivocarse, la ilustración cubana tiene magníficos ejemplares femeninos en la poesía; pero muere —en la insuficiencia de sus rostros pálidos—, incapaz de imponer la voluntad de realismo que conllevaba.

Aquí tampoco hay que equivocarse, el postmodernismo femenino tiene ese poder de vindicación poética; pero no es suficiente para imponerse al daño de la tenue revolución modernista, en la sublimación política de sus hombres. La rebelión femenina sólo sirvió para mostrar burlesca ese patetismo de los hombres, pero no para más; hacía falta un paso firme de revolución existencial —no política— profunda, para superar esos desvanecimientos.

Eso es lo que aportaba la negritud femenina, más aún que la masculina, en esta radicalidad existencial suya; sólo quedaba por ver quién se rompía el cuello, poniendo esa pica en el Flandes de la tradición literaria en Cuba. Esta facultad de Georgina no se debía a una virtud especial, que la habría diluido en esa banalidad del heroísmo; pero sí a la resiliencia, que le permitió navegar las aguas del institucionalismo cubano sin comprometer su naturaleza.

Hasta ella, la poesía femenina en Cuba carecía de color en su sentimentalismo, sublimado en la intelectualidad; hasta su poesía erótica, de la fineza mayor (Loinaz) a la más descarada (Oliver Labra), carecía de esta ansiedad del amor más que deseo. Incluso la maternidad era el gran ausente de los tópicos de esta poesía femenina, hasta Georgina Herrera; sólo ella despliega ese manto de complicados trazos que es la maternidad como experiencia de realización.

Podrá pasar desapercibido, pero esta condición es la única forma de trascendencia legítima, existencial y no política; porque es la única entrega a un prójimo basada en el egoísmo puro, tan natural que no es ni paradójica en la contradicción.  Esta es precisamente la flora que alimenta el cadáver de Georgina, y que con razón se llamara Las muchas Georginas; porque son mujeres que —en la profundidad de sus pieles— arrastran el dolor de sus maternidades, tan felices como complejas, no ideales.

No importa el atrevimiento, antes de las muchas Georginas nadie había cantado las tristes odas al hijo preso; una propiedad de mujeres negras, que no se puede encontrar de las postmodernas a las novísimas. Ni siquiera las contemporáneas, que sucedieron a las novísimas, fueron tan expuestas a la realidad; cuya crudeza pone las notas del lirismo más alto —de su humanidad— en sus labios, cuarteados de llanto y no jugosos.

Esta es la precariedad existencial que substancia a la poesía cubana, muerta en los ditirambos de su intelectualismo; pero que puede resucitar así, gracias a este Cristo singular que descendió a romper las puertas de ese infierno, doradas y candentes. No debe ser por gusto que fue ella un avatar de la madre del mundo, sobreponiéndose a la soberbia de sus hijos; queda ahora imponerle las cadenas de Obatalá, en la nueva racionalidad que suavice sus olas violentas, en esa espuma de sus propias hijas.


Thursday, May 30, 2024

De la discusión acerca del arte negro

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La discusión acerca de la literatura negra en Cuba habría trae la otra cuestión de qué es la literatura negra; contra la aparente obviedad de si es la literatura simplemente escrita por negros, cuestionando entonces su pertinencia. Aquí hay un problema de principio, pues toda literatura sería pertinente por principio, independiente de si negra o no; aunque más allá de la abstracción de los principios, el arte contemporáneo es mayormente prescindible, no pertinente.

Esa sin embargo es otra cuestión, y retrocede ante la de qué es el arte negro, en qué consiste y por qué es importante; y como principio, si el arte es sólo una expresión universal, entonces el arte negro no tendría valor especial; a menos que este valor no sea universal en sí mismo, sino que cumpla una función especial, y en ello le iría la pertinencia. Este es de hecho el dilema del arte, pero no intrínseco suyo, sino sólo desde su apoteosis moderna; llamando la atención sobre los otros problemas que habría provocado esa modernidad, tan propia de Occidente.

En ese sentido, la mejor referencia sería la del norteamericano WEB Du Bois, acerca del problema del arte negro; sobre todo por su importancia para una tradición de pensamiento, que expande esa pertinencia a todo un universo. En tanto específicamente negro, ese universo no tendría un valor de suyo universal sino relativo, como todo lo real; pero estableciendo en esto parámetros y referencias propios, que explican esa pertinencia suya como funcional.

Du Bois es importante, porque es a ese universo negro —comprendiendo a toda la diáspora africana— lo que Hegel a occidente; corrigiendo los excesos de su dialéctica con el famoso Dasein, que nadie encuentra entre ellos. El Heidegger que lo explica es el también norteamericano Cornel West, quien lo organiza en una ontología; de la que extraer entonces una hermenéutica suficiente, en esa elusividad de un realismo moderado.

Este entramado tan complejo sería lo que explique la singularidad del arte negro, corrigiendo el defecto del Occidental; que desde su crisis en el racionalismo moderno, lo hace decaer como entropía para esa cultura que expresa. La pertinencia del arte negro se puede identificar entonces en la misma urgencia del Romanticismo germánico; que derrotado persiste como necesidad, en esa sed por el primitivismo de los Surrealistas, que era de un experiencia trascendental.

El desconocimiento de esto es lo que desplaza la función reflexivo existencial del arte, propia de su naturaleza; en un intelectualismo tan excesivo como la dialéctica en que se inspira, atravesando toda la postmodernidad. La pertinencia del arte negro no es entonces socio política, sino de su pura función estética, como reflexiva; al proveer una reflexión sobre las determinaciones trascendentes de lo real, con su representación formal.

De ahí que esta pertinencia resida en la inconvencionalidad del negro en Occidente, como experiencia existencial; que resuelta en Dasein, no se diluye en las pretensiones con que el humanismo liberal pierde su consistencia política. Otra cosa es ese elitismo intelectual, que ha dado al traste con toda la cultura, no sólo la occidental; en esa arrogancia con que esta distorsiona el tejido espacio temporal que es la cultura en sí, con su determinación política.

Es por eso que el arte postmoderno resulta prescindible hasta como principio, en ese intelectualismo grosero; que presupone en su conceptismo que algunas personas son tan inteligentes que saben lo que otras no, y deben guiarlos. El mismo Du Bois —el dios— que creía en ese elitismo especial, detuvo en seco sus caballos ante esta Troya; reconociendo que más allá del discurso, el arte negro poseía una versad esencial, pero sólo en tanto negro.

Esta pertinencia no es entonces una deuda cultural con las personas negras sino lo que estas pueden hacer por sí mismas; en un aporte propio a esa cultura de la que participan, siquiera como el extrañamiento que la contradice en sus principios. Desgraciadamente no manera simple de explicarlo, porque la vida y la realidad no son simples sino muy complejas; fue precisamente el exceso del racionalismo moderno el que distorsionó esta comprensión, simplificándola.

 

Wednesday, May 29, 2024

La voz de Ediel González

Junto al caso feliz de Helen Cairo, otra entrega de la editorial Laila es Ediel González, con La voz de Ekue; que aunque más desigual es sin embargo también promisoria, si no más, por su tema específico. Eso por supuesto hay que aclararlo, porque se trata de una perspectiva y es en eso complejo; por dígase que la falta de unidad dramática de la primera, frente a la rotunda propuesta de este segundo.

Es esa unidad la que salva al libro, ordenándolo alrededor de una intención trascendente; que consigue además con armonía, sin forzar un discurso, puede que por la naturaleza religiosa de ese objeto. En ese sentido, estos poemas de González tendrán el mismo valor formal del misticismo clásico; resuelto en esa forma ya garantizada de la décima, que aquí junta además términos cultistas con gracejo popular.

Como en el caso de Cairo, al libro lo perjudica su pésimo diseño de portada; pero sus ilustraciones interiores son más armónicas, puede que por responder a esa unidad temática del libro. Sin dudas, cumple la doble intención de dar a conocer —en la ingenuidad divulgativa del proyecto— al otro autor; en este caso de Rudolfo Antonio Rensoli más feliz, no sólo por su mayor calidad, sino también por esa relación directa con el tema del libro. Eso es especialmente importante aquí, porque efectivamente ilustra ese misticismo en que se recrea el poeta; de modo que entrambos consiguen como una suerte de tercer objeto, en un libro que fluye a través de sus ilustraciones.

El libro es pues valioso, incluso formalmente, pero más por el movimiento que revela que por lo efectivo; aunque tampoco hay que confundirse, pues este poeta consigue tratar su religiosidad como un objeto suficiente en su poética. Eso no es poco, sino ambiguo en sus alcances, pues no permite esclarecer si su sentido es devocional o reflexivo; lo que es importante, porque es lo que define funcionalmente a la poesía, por su mayor o menor madurez.

No es que la poesía devocional no sea reflexiva, sino que esa no es su prioridad objetiva; resolviéndose en un simbolismo profuso pero no existencial, y en ello más o menos efectivo. Al margen de eso, el libro es disfrutable como todo buen decimario que se respete; y además, tienta un objeto todavía extraño en su preciosismo, como es la mística de los hijos del leopardo. El resultado no puede ser sino para agradecer, como aire fresco que renueva a la literatura cubana desde su marginalidad; pues no hay que olvidarlo, este es el dramatismo que hace especialmente precioso al arte negro, no el negrismo sino la negritud.

La hermosa avalancha de Helen Cairo

La poesía de Helen Cairo ofrece varias experiencias, atropelladas y juntas en la sorpresa más grata; la primera como su poesía misma, plena y redonda en su simpleza, elegancia y humanidad; pero no menos importante es su llamarada de color, en el desierto de la poesía negra y femenina cubana. Por supuesto, la negritud es el gran reservorio al que puede acudir la cultura cubana para renovarse; pero es interesante ver los vericuetos por los que esa realización se desliza, puntual y efectiva.

Cairo consigue mantener ese equilibrio —precario como la vida— y empujar su fuerza a la expresión, limpia y plena; su temario lo aborda todo, su conocimiento le permite hacerlo bien, y su circunstancia garantiza este vínculo. Así, su sencillez estilística puede ser no una muestra imposible e hipócrita de humildad, sino un propósito; que partiendo de la eficiencia del haiku, hace de este una presencia no ocasional sino permanente, como una referencia.

La formación profesional —y el alud de referencias que esto le ofrece— produciría en otros casos cierta aridez intelectual; no en el suyo, puede que por esa extraña circunstancia de la precariedad material, que no le permite el aislamiento. Por eso, por ejemplo, su uso continuo de la primera persona del singular no es el abuso subjetivista habitual; sino que rescatando el alcance propio de la poesía, organiza toda su reflexión en el Ser en sí, ontológico; permitiendo en ello una comprensión del mundo con sentido propio, que sin embargo se proyecta universal.

Lo mejor es que tanta densidad se da en la ligereza del verso, pendiente de la fuerza de la imagen y nada más; esa es la limpieza en su poesía, que antes sólo se viera en el ya clasicismo de Georgina Herrera. Bien que se trata de densidades distintas, pero ambas en la misma ligereza, la de la vida que se impone fuerte; aunque hay en ella sin embargo otras mieles más que el crujido de caña en la fuga, una sutileza menos rotunda; una como paz de mujer que no huye ni siquiera a una libertad, de diosa que toca y reconoce los objetos del mundo.

Eso es maravilloso, porque el canon Herrera parecía destinado a perderse con su negritud excepcional; pero es salvado por esa ya dicha circunstancia del negro en Cuba, atrapado en esa marginalidad que lo rescata. Así, el temario de Cairo es un recordatorio de objetos reales y no ficticios en lo intelectual; un rosario como de las gustadas sensaciones de la Herrera, que ofrece continuidad a esa negritud sinuosa en su belleza.

Este libro de Helen Cairo tiene también su extraña circunstancia en contra, esta vez editorial; desde un diseño que diluye su excepcionalidad, y hasta un prólogo que puede ser excesivo en un poemario, por el peso. Tanto la autora como los editores con que se involucre deberían aspirar a más en este sentido, a una mayor consistencia; en definitiva, el gesto ha de ser completado por el entramado que lo sostiene, para que no se ahogue invisible; recordando que esas son decisiones de mercado, que afectan la repercusión final de su producto, no importa si poético.

Es sin embargo una presencia todavía fresca, necesaria para esclarecer esta madurez del negro en Cuba; que casi nunca es suficientemente negro, porque lo es desde la insuficiencia del rechazo social, no su propia consistencia. Cairo habla así de esa madurez que permite la integración final, porque no se condiciona por la circunstancia; sino que a la inversa, ordena al mundo en derredor suyo, como su propia determinación.

Este libro es probablemente la mejor decisión del sello editorial Laila, aunque en una gratuidad desafortunada; que apela en ello al impacto más inmediato y amplio posible, pero igualmente difícil por la atención que requiere. Esto es parte sin duda de esa extraña circunstancia cubana, aunque al menos consigue imponer esta presencia; debe, eso sí, servir de base para proyectos más amplios, imponiendo la distancia de su valoración en el mercado.

Sunday, September 27, 2020

Las almas del pueblo negro, en Kindle

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Por debajo de la esplendorosa estructura cultural estadounidense, bulle el mundo que lo hace posible y lo sostiene; que si por lo general forma parte de las estructuras mismas, en este caso se mantiene en una segregación casi puntual. Es esta segregación la que alimenta a lo negro como un mundo autónomo y paralelo, con sus propias determinaciones; que no sólo explica la sufrida y profunda belleza de su cultura, sino que además la enriquece con un desarrollo propio y singular.

Eso es lo que hace tan extremadamente compleja y singular a la cultura estadounidense, hasta el extremo; y la incapacidad para comprender ese mundo sumergido de sus determinaciones, sería lo que impida sistemáticamente la comprensión del fenómeno final de su cultura. W. E. B. Du Bois tiene una estatura titánica, porque ha brindado una de mirada exhaustiva sobre ese mundo sumergido; con la peculiaridad además de que él mismo provenía de ese mundo, y su mirada por tanto no estaba sesgada por el patrocinio.

Eso, por supuesto, es relativo, la formación de Du Bois era europea, y en el momento de mayor fragor ideológico en Europa; pero al menos conocía de primera mano los problemas que trataría, porque eran propios suyos, de su misma vida. En cualquier otra parte, la mayoría de estos acercamientos correría por cuenta de clases superiores; que distanciados de su objeto de interés, los teñirían con sus propios prejuicios, que no son sólo morales sino también de valor político.

Ese no es el caso con Du Bois, que así aporta usa antropología exhaustiva sobre la base de la cultura norteamericana; y no sólo la concerniente a su extensa población negra, sino de esta como esa base que sostiene y alimenta a todo el conjunto. En Cuba no tendríamos nada igual, aunque por razones distintas que las del prejuicio moral sobre la historia; pues si bien es cierto que la estructura cultural hispana determinaría a la cubana en un modo integracionista, no por ello era menos racista.

No es este el lugar para explicar las diferencias de las culturas cubana y norteamericana, pero sí para comprender un aspecto importante de la realidad; que es el modesto pero preciosísimo aporte de du Bois, en este catauro extenso y profundo sobre la realidad de los Estados Unidos. En ese sentido, no puede perderse de vista la perspectiva de du Bois, ideológicamente sesgada por su idealismo; del que deja pruebas constante en sus cultísimas referencias, como un problema menor de la antología.

Sería absurdo que fuera de otra forma, como es absurda la reducción de este trabajo precioso a la mera beligerancia política; sobre todo cuando él mismo tiene un acercamiento sinuoso e inteligente, con una amplia capacidad para la negociación de intereses. Con eso, Du Bois se muestra aquí como un estadista completo, que suscitaría las iras de nuestros inquisidores; pero colocándose en la misma base de la tradición liberal que Martín Morúa Delgado, por ejemplo.

La diferencia entre los dos, aparte de las dimensiones del trabajo, se reduce a las de sus respectivas circunstancias políticas; que determinadas a su vez por la estructura cultural que las determina, los identifica en la agudeza para comprender la complejidad del problema negro. Para esta traducción se trató de seguir un plan no funcionalista, que reduciría lo dicho a un sentido ideológico y racional; sino que se trató de mantener la textura idiomática en todo lo posible, para interferir lo menos posible en la exposición.

Gracias a eso se pudo salvar mucha de la belleza del texto, escrito con la exaltación del simbolismo europeo que lo afectaba; lo que es bueno no sólo por el nivel de cultura que refleja, sino por los elementos que aporta para la comprensión de la realidad. En efecto, el último tercio de este libro es de interés más literario e ilustrativo que los dos anteriores; y pareciera que se trata de Nerval escribiendo una idealizada Aurelia, sólo que tratándose de un negro que escribe sobre lo negro.

Thursday, September 3, 2020

William Edward Burghardt Du Bois y el socialismo - II


En Las almas del pueblo negro, Du Bois hace una referencia explícita al concepto de lo bueno, lo bello y lo verdadero; alineándose en esa tradición de idealismo platónico, que explica su propia fe en abstracciones como el socialismo de comienzos del siglo XX. Hay que tener en cuenta que cualquier alineación entre las culturas negra y blanca de los Estados Unidos es sobre todo puntual; ambas responden a determinaciones distintas, incluso opuestas entre sí por la función complementaria en que se relacionan políticamente. De ahí que como desarrollos sean asincrónicos, no importa si eventualmente se alimentan una a la otra; ya que en definitiva, comparten el mismo espacio, tanto física como temporalmente, y por tanto interactúan entre sí.

Son sin embargo fenómenos separados, por ese mismo y persistente velo negro al que tanto se refiere el mismo Du Bois; y sólo pueden elaborar una masa crítica suficiente, en esta especie de existencia paralela, como base sobre la que luego se establecerá una tercera; esta como desarrollo en que se culminan estas dos anteriores, sistematizando aquellas relaciones anteriores; partiendo de su respectiva puntualidad, como una base propia para ese nuevo desarrollo como sistematización.

De ahí que el pensamiento de Dubois no responda a la escuela pragmatista, que se desarrolla con la segregación de una élite intelectual norteamericana; el mismo Dubois, como todo otro negro de su momento, tiene que alimentarse en la tradición directa y abierta del institucionalismo europeo. Sólo que ese desarrollo será contradictorio, no sólo en su mimetismo de principio, sino también en su extemporaneidad; respondiendo a otras condiciones que no le son naturalmente propias, como el esfuerzo sobrehumano en que pueden realizarse.

Eso es lo que se observa en esos desarrollos, de cualquiera de esas lumbreras de la ilustración norteamericana negra; todos exigieron esfuerzos excepcionales para poder realizarse, desde dueños asombrosamente generosos a comunidades que sufragaron sus estudios. Esa excepcionalidad es la singulariza todos esos desarrollos, especialmente sensibles a futuras exploraciones; como las que le van a imprimir las otras vertientes, desarrolladas a ese interior de las élites intelectuales blancas.

Esto es lo que explica la capacidad singular de Cornel West, para hacer esa lectura también singular, en estos trabajos; pudiendo revertirse como otra determinación, sobre esa misma tradición del pragmatismo institucional de la que proviene. De ese modo, el pensamiento original negro norteamericano será otro desarrollo de la tradición idealista occidental; que por esa peculiaridad de su propia circunstancia es que puede evolucionar en un fenómeno paralelo, sujeto a otra interpretación de Occidente.
Esto también que explica esas simpatías de Du Bois con el socialismo, que es el socialismo del socialismo del siglo XIX; es decir, un socialismo teórico, que al momento de su visita a la URSS ya mostraba su inconsistencia práctica. Aún en ese momento, Dubois simpatiza con la parte todavía teórica de ese modelo político; en especial la prioridad que se le otorga al trabajador como protagonista de la sociedad, altamente simbólica; y que en ese simbolismo puede reconocerse en los diferentes desarrollos ideológicos modernos, sin traducirse nunca en un protagonismo político efectivo, siempre monopolizado por el partido.

Respecto al socialismo de Du Bois, debería llamar la atención su falta de suspicacia ante el elemento religioso; que él mismo reconoce y postula como fundamental, en la formación cultural del hombre negro como ente político autosuficiente. Solamente eso ya es suficiente para matizar este acercamiento suyo al socialismo, que no es filosófico o ideológico en rigor; porque él parte de una comprensión del valor positivo de la determinación religiosa, no de su crítica y negación.

Du Bois es el fruto de su formación, que es europea y tradicional, y desde la que va a comprender la realidad norteamericana; y esta interpretación va a ser valiosa por el nivel de especialización objetiva, en el proceso de emancipación del hombre negro. De ahí que pueda proveer esa base crítica, sobre la que posteriormente puede volcarse el pragmatismo maduro de Cornel West; mejorando su propia comprensión del problema original, al incorporarle los elementos cognitivos que le aporta la perspectiva pragmatista.




Saturday, August 29, 2020

William Edward Burghardt Du Bois y el socialismo


W. E. B. Du Bois es una de las figuras más complejas de los Estados Unidos, y una de sus más finas inteligencias; parte de esa complejidad proviene de su relación con el socialismo, por su interés particular. En realidad, ese interés es comprensible en el autor, como una estrategia política definida por la beligerancia; con que cual buscaba presionar en el complejísimo panorama político norteamericano, en el que pujaba por el estrato más desfavorecido.

Primero, vale la pena conocer una figura tan llamativa, cuyo trabajo sólo sería emulado en Cuba por el de Fernando Ortiz; en un ejemplo bastante forzado incluso, pues el trabajo de Du Bois era una comprensión de primera mano sobre un problema real, no una abstracción antropológica. Du Bois era negro, y por tanto tenía una comprensión más efectiva del problema que la que pudo tener Ortiz; quien con todo y su enorme esfuerzo, e incluso su propia progresión en ese sentido, era sobre todo un hombre blanco de clase acomodada.

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La comparación no deja de ser forzada por otras razones, como la diferencia entre las culturas negras de Cuba y Estados Unidos; donde la política de segregación de este último, terminaría provocando la formación de un perfil cultural muy específico en su población negra. En Cuba, por el contrario, el carácter integracionista de su cultura, aunque también racista, impedirá una formación tan soberbia como esa; que se conoce por el esplendor del llamado Renacimiento negro, del Harlem de 1920; pero comenzó con la temprana segregación de esta élite intelectual entre su baja burguesía, con una muy sólida formación[1].

En ese espectro, el socialismo que conoció Du Bois era una propuesta políticamente creíble, de legítima beligerancia; que aún tenía que probar, por medio de la experiencia histórica, su naturaleza como contradicción propia del capitalismo. En ese sentido aún, Du Bois era un sociólogo, no un filósofo que pudiera detectar las mil falencias de esa teoría política; y si bien llegaría a manejar la evidencia del problema que significaba la burocracia, esta no llegaba aún a los niveles en que se establece como una falsa burguesía.

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La militancia socialista de Du Bois fue de todas formas complicada, marcada por la defección y su propia individualidad; como cuando en 1912 apoyó al candidato demócrata Woodrow Wilson, siendo obligado a renunciar al partido en 1913. Incluso sus simpatías parecen haber sido de principio y oposición práctica, dado que no muestra filiaciones directas con Carlos Marx o Vladimir Lenin; de los que sin dudas tenía referencias sólidas, dado su propio viaje por la Unión Soviética de 1926, en que notó la pobreza y desorganización.

La primera mitad del siglo XX es el momento de actividad política de Du Bois, y ese es el marco de sus relaciones con el socialismo; marcadas por la operatividad organizativa de la NACAP y su periódico “Crisis”, que lo llevarían incluso a colaborar con el partido Demócrata, el de la segregación. Incluso como universo epistemológico con referencias existenciales, sería él quien las provea para la posteridad con su experiencia; como la tremenda sistematización ontológica de Cornel West, que aprovecha del trabajo de Du Bois como esa referencia, que obviamente no poseía él mismo.

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Tendría que ocurrir el desplome socialista, y la virulencia del fracaso cubano, para que se vean las falencias del socialismo; dadas incluso más por su carencia de intereses prácticos, que por esa inconsistencia de sus principios políticos. En efecto, el socialismo termina siendo la mayor de las contradicciones inevitables del capitalismo moderno; y por eso sus falencias son las del capitalismo corporativo, en la realización autoritaria con que crea su falsa burguesía de administradores.

Nada de eso fue real hasta el tercer cuarto del siglo XX, cuando se evidenció el carácter fatal de la dialéctica histórica; en que la lucha de clases no desemboca nunca en el paraíso obrero, sino que se estanca en la llamada dictadura del proletariado. Hasta entonces, el socialismo se apropiaría de la ontología trascendentalista del cristianismo, incluso en su elaboración más dogmática; que sólo en ese momento evidenciaría la pobreza reflexiva de sus reducciones ideológicas, también tomadas del revivalismo cristiano que emula.

Curiosamente, en las elaboraciones posteriores de West sobre esa experiencia de Du Bois, resaltaría la gran paradoja; de que sea directamente el trascendentalismo cristiano el que aporte la mejor sistematización existencial, justo en la reorganización de la cultura negra. La diferencia, sutil pero capital, radicaría en esa apropiación de la doctrina original por la experiencia existencial del negro; no en su elaboración ideológica —de carácter intelectual— por la tradición idealista, que es lo que distingue al marxismo.

Nada de eso debe ser importante, sino la tremenda densidad de ese trabajo, que Du Bois aporta como ofrenda; en uno de los tratados de sociología más importantes del universo americano, dado precisamente por la modestia de sus pretensiones teoréticas. En efecto, puede que precisamente por la precariedad política, si algo distingue al pensamiento negro norteamericano es el pragmatismo; que si bien con referentes en la nueva intelectualidad del continente, en ellos se reforzaría por su propia precariedad.



[1] . Serían los miembros de la Iglesia Congregacional en Great Barrington, Massachusetts, quienes pagaran los estudios de College du Bois.