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Esa sin embargo es otra cuestión, y retrocede ante la de
qué es el arte negro, en qué consiste y por qué es importante; y como principio,
si el arte es sólo una expresión universal, entonces el arte negro no tendría
valor especial; a menos que este valor no sea universal en sí mismo, sino que
cumpla una función especial, y en ello le iría la pertinencia. Este es de hecho
el dilema del arte, pero no intrínseco suyo, sino sólo desde su apoteosis
moderna; llamando la atención sobre los otros problemas que habría provocado
esa modernidad, tan propia de Occidente.
Du Bois es importante, porque es a ese universo negro —comprendiendo
a toda la diáspora africana— lo que Hegel a occidente; corrigiendo los excesos
de su dialéctica con el famoso Dasein, que nadie encuentra entre ellos. El Heidegger
que lo explica es el también norteamericano Cornel West, quien lo organiza en
una ontología; de la que extraer entonces una hermenéutica suficiente, en esa
elusividad de un realismo moderado.
Este entramado tan complejo sería lo que explique la
singularidad del arte negro, corrigiendo el defecto del Occidental; que desde
su crisis en el racionalismo moderno, lo hace decaer como entropía para esa cultura
que expresa. La pertinencia del arte negro se puede identificar entonces en la
misma urgencia del Romanticismo germánico; que derrotado persiste como necesidad,
en esa sed por el primitivismo de los Surrealistas, que era de un experiencia
trascendental.
De ahí que esta pertinencia resida en la
inconvencionalidad del negro en Occidente, como experiencia existencial; que
resuelta en Dasein, no se diluye en las pretensiones con que el humanismo
liberal pierde su consistencia política. Otra cosa es ese elitismo intelectual,
que ha dado al traste con toda la cultura, no sólo la occidental; en esa
arrogancia con que esta distorsiona el tejido espacio temporal que es la
cultura en sí, con su determinación política.
Es por eso que el arte postmoderno resulta prescindible
hasta como principio, en ese intelectualismo grosero; que presupone en su
conceptismo que algunas personas son tan inteligentes que saben lo que otras no,
y deben guiarlos. El mismo Du Bois —el dios— que creía en ese elitismo
especial, detuvo en seco sus caballos ante esta Troya; reconociendo que más
allá del discurso, el arte negro poseía una versad esencial, pero sólo en tanto
negro.
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