Saturday, June 8, 2024

Ediel González Herrera y la sociedad secreta abakuá

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Este libro es especialmente valioso, estableciendo por fin una antropología de la negritud en Cuba; como una formación que puede desarrollarse como alternativa, gracias precisamente a su marginalidad. Este es el principio que desconoció la tradición cubana de antropología, fundada en el trabajo de Fernando Ortiz; con esa cualidad autorreferencial en su aparente suficiencia, pero deviniendo etno más que antropológico. 

El trabajo de Ediel es pertinente por muchas razones, la primera al mover el conflicto desde esta naturaleza política; ya que estableciéndolo como estrictamente antropológico, permite por fin una comprensión más efectiva del mismo. Pero este trabajo es importante también ofreciendo los instrumentos para esa corrección de la tradición misma; que establecida por el esfuerzo ilustrado de Fernando Ortiz, no habría hecho sino ahondar en este defecto suyo.

Esto es lo que hace al pormenorizar las especificidades de ese traslado de la cultura negra al contexto cubano; extraída así del propio, en el que deja sus determinaciones primeras, para asumir las nuevas, en su adaptación. Lo que se preserva así —siguiendo al autor— no es ya el cuerpo de la tradición, perdido en su función original; pero sí su sentido práctico, como sensibilidad especial para la comprensión de la realidad, como residuo de esa tradición.

Esto aún corregiría otro defecto estructural, en los esfuerzos de los mismos negros por corregir esa inadecuación inicial; achacándola a una falta de tradición ilustrada propia[1], que sin embargo sólo repetiría los parámetros que corrompen a la occidental. En otro ejemplo, Ediel esclarece la peculiaridad que permite el establecimiento de las sociedades Ekpe en Cuba; más específicamente la Habana, que como centro político distingue a la cultura cubana de la del resto del Caribe.

Ediel describe incluso la forma en que se integra el negro a la sociedad, con la restructuración militar de la Habana; dando lugar a un proceso de sincretización social, que libera fondos efectivos para este desarrollo al margen de la estructura central. Esa será pues la primera distorsión política de la cultura en el caso cubano, típica del racionalismo moderno; que con base en el Humanismo genera estas contradicciones, en su contracción de la cultura al trascendentalismo histórico, como dialéctico.

Otro de los aciertos de González, es al tratar la cuestión de su la Regla Abakuá es de hecho una religión; denotando un problema mucho más profundo, en la complejidad y flexibilidad de la cultura que refleja. En este sentido, se asume que las religiones africanas son maduras y estáticas, como animistas o politeístas; lo que parte del error que concibe al África cono una unidad cultural, desconociendo sus múltiples desarrollos.

Como no podía ser de otro modo, el autor también incursiona en del arte negro, especial obviamente el abakuá; y aunque consigue un muy buen inventario de lo que ocurre en este sentido, no logra sin embargo adentrarse en el análisis estético. Así mismo, merecerá mejor tratamiento este del controversial peso político de Guillén en el control de la imagen negra; igual que el grado y naturaleza de la negritud como referencia, en autores cono Nancy Morejón, o la ausencia notable de Exilia Saldaña.

No obstante, y como con el resto del libro, sí establece una base sobre la que desarrollar una crítica más sistemática; ya que —errada o no— esta es la que crea un espectro hermenéutico efectivo, con el que hacer esta corrección paulatinamente. La estructura del libro es intelectualmente fragmentada, separado en capítulos cortos sin mayor continuidad; que sin embargo lo hacen ligero, como un producto de la cultura popular y para la cultura popular, no elitista.

El autor termina su exhaustivo recorrido por el tema abakuá con una recomendación a la intelectualidad, de acercarse a lo popular; no puede comprender que eso es imposible, porque no es lo popular sino su propia naturaleza el objeto de la clase intelectual. Como en el caso del determinismo político, esto no afecta sin embargo su objetividad antropológica, sino sólo la social; quedando siempre las referencias originales de la etnografía clásica —como con Fernando Ortiz y Carpentier— para corregir este exceso.


[1] . Cf: Se trata de un contraste con las quejas acerca de la carencia de una tradición ilustrada negra en Cuba; que no sólo no es cierta, sino que se traduce de hecho en un retardamiento de los procesos de madurez política. Cf: Enrique Patterson, La soledad histórica.


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