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Este libro es especialmente valioso, estableciendo por
fin una antropología de la negritud en Cuba; como una formación que puede
desarrollarse como alternativa, gracias precisamente a su marginalidad. Este es
el principio que desconoció la tradición cubana de antropología, fundada en el
trabajo de Fernando Ortiz; con esa cualidad autorreferencial en su aparente
suficiencia, pero deviniendo etno más que antropológico.
El trabajo de Ediel es pertinente por muchas razones, la
primera al mover el conflicto desde esta naturaleza política; ya que
estableciéndolo como estrictamente antropológico, permite por fin una
comprensión más efectiva del mismo. Pero este trabajo es importante también ofreciendo
los instrumentos para esa corrección de la tradición misma; que establecida por
el esfuerzo ilustrado de Fernando Ortiz, no habría hecho sino ahondar en este
defecto suyo.
Esto es lo que hace al pormenorizar las especificidades de
ese traslado de la cultura negra al contexto cubano; extraída así del propio,
en el que deja sus determinaciones primeras, para asumir las nuevas, en su
adaptación. Lo que se preserva así —siguiendo al autor— no es ya el cuerpo de
la tradición, perdido en su función original; pero sí su sentido práctico, como
sensibilidad especial para la comprensión de la realidad, como residuo de esa
tradición.
Ediel describe incluso la forma en que se integra el
negro a la sociedad, con la restructuración militar de la Habana; dando lugar a
un proceso de sincretización social, que libera fondos efectivos para este
desarrollo al margen de la estructura central. Esa será pues la primera
distorsión política de la cultura en el caso cubano, típica del racionalismo
moderno; que con base en el Humanismo genera estas contradicciones, en su
contracción de la cultura al trascendentalismo histórico, como dialéctico.
Otro de los aciertos de González, es al tratar la
cuestión de su la Regla Abakuá es de hecho una religión; denotando un problema
mucho más profundo, en la complejidad y flexibilidad de la cultura que refleja.
En este sentido, se asume que las religiones africanas son maduras y estáticas,
como animistas o politeístas; lo que parte del error que concibe al África cono
una unidad cultural, desconociendo sus múltiples desarrollos.
No obstante, y como con el resto del libro, sí establece
una base sobre la que desarrollar una crítica más sistemática; ya que —errada o
no— esta es la que crea un espectro hermenéutico efectivo, con el que hacer
esta corrección paulatinamente. La estructura del libro es intelectualmente
fragmentada, separado en capítulos cortos sin mayor continuidad; que sin
embargo lo hacen ligero, como un producto de la cultura popular y para la
cultura popular, no elitista.
El autor termina su exhaustivo recorrido por el tema abakuá con una recomendación a la intelectualidad, de acercarse a lo popular; no puede comprender que eso es imposible, porque no es lo popular sino su propia naturaleza el objeto de la clase intelectual. Como en el caso del determinismo político, esto no afecta sin embargo su objetividad antropológica, sino sólo la social; quedando siempre las referencias originales de la etnografía clásica —como con Fernando Ortiz y Carpentier— para corregir este exceso.
[1] . Cf: Se trata de un contraste con las quejas acerca de la carencia de una tradición ilustrada negra en Cuba; que no sólo no es cierta, sino que se traduce de hecho en un retardamiento de los procesos de madurez política. Cf: Enrique Patterson, La soledad histórica.
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