Sunday, June 30, 2024

Dichosas las que lloran

Por Juan A. Madrazo Luna

Gracias a Laia Editora de Argentina y su colección Libros personales se logró asomar al universo de la más reciente poesía cubana un libro de un gran peso íntimo y emocional en clave afrodescendiente, de la mano de dos grandes poetisas cubanas Andrea García Molina y Dulce María Sotolongo. En Alcatraz no llegan los Gorriones, con bellas ilustraciones de Reinier Cabrera Marrero, nos asomamos al mundo del dolor humano de aquellos que están privados de libertad.

Las trampas de la vida dejan marcas en estas mujeres poetisas, al ellas estar también muy marcadas por la ausencia de sus hijos, privados de la libertad. Ellas dos desde su trinchera que es la poesía, y desde su sensibilidad afrofeminista, muerden la palabra para versificar la esencia de las cosas; tal como otra poeta del Atlántico negro nos recuerda la afrobrasileña Conceicao Evaristo.

Tanto peso íntimo y emocional tiene este libro, que es difícil que más de una lagrima no nos sea arrancada. Ya este libro no les pertenece ni a Andrea ni a Dulce María, pues aquí están las historias de vida de muchas mujeres; no solo en Cuba sino también en otras partes, en particular las afrodescendientes del Sur Global.

Estas dos mujerangas y cimarronas, por derecho propio desde la autoestima, desde el desgarramiento, ese que deja marcas en la piel de las mujeres negras donde quiera que estén, desde un sonido ancestral, ambas nos traducen el dolor humano; no solo traducen su dolor como madres, sino que también dan voz a un coro de voces silenciadas, ellas también prestan sus voces a la llamada gente sin historia.

De Andrea Molina uno de sus poemas Policromía, tiene tanta fuerza coral que nos recuerda que lo difícil no es ser Hombre, lo difícil es ser Negro; pues nos dice que

"No puedo ser un negro y equivocarme, si logro estar a salvo de las desobediencias estaré en riesgo del equivoco ajeno.

No puedo ser bisnieto de taita Julián

y no ser desconfiable,

con pigmento atezado

sentenciando mi piel"

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Otros de sus poemas, A la hora del crepúsculo, su final cierra con “En mi país el sol es tan simétrico que me debo cuidar de su equidad”.

Andrea nos asoma a esos escenarios donde no llegan los sonidos de la libertad, pero también le dice a su hijo que "no permite aguaceros hasta que no regrese y le devuelvan su sonrisa llena de romerillos y luces en la cara".

De Dulce María, uno que me impacto es Traición, el cual nos dice que "Nunca se sabe si el silencio es un amigo o un centinela que se pega a tu piel para escudriñar en tu alma, el sitio donde escondes la esperanza".

Tampoco su poema Libertad se queda detrás:

"La palabra libertad escapa al palenque de los insumisos.

Los perros pierden el rastro

de la madre que más que huir

vuela hacia la cima del monte”.

Ellas dos, desde la ternura cimarrona de su pedagogía poética, nos asoman al mundo de la cárcel, la cual existe y es un hueco en la rabia y la desesperanza. Son historias que pesan demasiado.

Es un libro escrito no solo desde el dolor humano, sino también desde la trinchera de la piel.

Gracias a las dos por continuar siendo las fugitivas, como la gran poetisa Georgina Herrera, una de nuestras grandes; gracias a las dos, por permitirme enamorarme de su poética afrofeminista y afrocimarrona, y ser las dos madre coraje. Dichosas las que lloran, pero no hay mejor música que el eco de sus palabras, que le da voz a otras mujeres.

Gracias a Librería Ireti, por hermanarnos desde la afroconciencia.


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