Una característica importante en este
proceso es el carácter crítico con que los negros se acercan a la religión en Norteamérica;
generalmente de adultos, después de cerrarse a círculos bíblica, atraídos por
la posibilidad de aprender a leer; en otros casos, incluso este atractivo es
sólo un valor añadido, y lo que los atrae es la retórica de un predicador
acerca de la libertad. En todos los casos, los negros no son bautizados
siguiendo una convención social, sino que son neoconversos; lo cual comporta una
experiencia muy específica, por el tipo de exaltación espiritual que brinda y
sus respectivos alcances existenciales.
El caso de Frederick Douglas ilustra lo
que parece ser una experiencia común, a la que sólo añade su propia
excepcionalidad; atraído específicamente por la prédica de…. sobre la libertad,
que le lleva a cuestionar la pureza de la fe de los blancos. Esto es curioso,
porque se trata de un claro caso de apropiación, que funciona incluso con la
misma dinámica del surgimiento del Islán; sólo que más radical porque se vuelve
sobre la religión misma, con su renovación antes que en su simple expansión.
En aquel caso, se trata del catecumenado
incompleto de Mahoma, que por ello no accedió nunca a Los misterios
sacramentales; por lo que Mahoma se limita a la interpretación de la prédica en
el ámbito tradicional de la Meca, con la expansión de la fe. No obstante, esa
peculiaridad carece del problema de estratificación que enfrenta el
cristianismo en los Estados Unidos; donde además se expande como una doctrina convencional,
en la que de hecho se fundan la sociedad y el orden político.
En esa situación tan peculiar, la
experiencia de conversión de los negros es radical porque los reconoce a ellos
mismos en el valor sacrificial del Cristo, la experiencia buscada por los
mártires y que se diluye en la teatralidad se sus gestos. Los beduinos enfrentan
las abstracciones morales de Mahoma, y los mártires sienten un anhelo existencial
de trascendencia; los negros en cambio tienen su propia experiencia, que es existencialmente
inmediata, no abstracta ni moral.
En el caso ejemplar de Frederic Douglas,
el elemento capital puede ser su propia madurez al momento de la conversión; pues
a los treinta años debe contrastar lo que se le predica con la realidad que
vive, a diferencia del que nace dentro de su experiencia de fe. Es por eso que
incluso en una institución tan convencional como el cristianismo católico, se
espera a una edad de confirmación posterior al bautizo; que subraya esta
preocupación de la pureza de la fe, aunque no consiga garantizarla, por el
condicionamiento progresivo de la tradición.
Es en esta peculiaridad que reside
entonces la capacidad existencialmente renovadora del cristianismo negro
norteamericano; como ese estado de máxima madurez reflexiva de la humanidad, hasta
entonces sólo intuido como la grave dificultad del pensamiento moderno. De ahí
el equívoco marxista, al reducir el conflicto al valor moral de la ideología,
por su propio ascendiente en el idealismo; que surgiendo en la forma de determinismo,
incluso si materialista, no deja nunca esa naturaleza abstracta de su matriz
idealista.
El fenómeno es interesante, al reflejar la
consumación del movimiento iniciado por al establecimiento del cristianismo;
con el establecimiento del cristianismo como ideología, en su condición de doctrina
religiosa oficial, con el cierre de la patrística en San Agustín. De ahí la
precariedad política de figuras como esta de Douglas, no importa el genio
excepcional con que consigan imponerse en su curso histórico; porque
precisamente van a contradecir con su propia experiencia, todas las
convenciones con que la estructura pretende conservarse en su convencionalidad.
Como el caso de Douglas, en Cuba está el
caso de Martín Morúa Delgado, aunque sólo como un indicador; ya que el problema
estadounidense se determina en la radicalidad de su determinación primera, en
las prácticas segregacionistas. Tanto Douglas como Morúa van a ser fuertemente criticados,
por su contraste con el determinismo histórico al que se oponen; poniendo en
duda con su sola existencia el mito fundacional sobre el que se organiza la
realidad política, como esa determinación histórica.
Frente a ambos, el determinismo histórico
blande la figura mítica de Louverture, el héroe de la revolución haitiana; que
siendo la primera del hemisferio, como la de Akenatón y la francesa va a marcar
el desarrollo de toda otra. En este caso, el mito funde en su función
fundacional toda la ambigüedad de su coyuntura histórica; posponiendo en su
idealización los problemas concretos, que como una dificultad recurrente va a
frustrar siempre la realización de la utopía.
Serán las prácticas esclavistas y hasta
imperiales de ese Haití revolucionario, o la impopularidad real del
independentismo cubano; o incluso la ambigüedad de la guerra de secesión
norteamericana, cuya naturaleza abolicionista fue sólo coyuntural. Siempre va a
haber tras de los mitos los mil puntales carcomidos que los sostienen, y que no
tendrían que ser problemáticos dada la naturaleza humana de que surgen; pero por
la que precisamente perderían esta capacidad de determinación histórica,
cargando en la espalda del hombre el peso de su individualidad, que no es moral
sino existencial.
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