Si bien los actuales activistas basan su discurso en las experiencias y los
escritos de los hombres pasados, eso son sus discursos; sus seguidores han
pecado sin embargo de contentarse con esos discursos, y no ir ellos mismos a
los hechos que interpretan esos discursos. Es cierto que así se ha transmitido
siempre la historia, pero no es menos cierto que por lo mismo ha sido siempre
susceptible de corrección; lo que no es posible cuando ese discurso se postula
como un dogma, cuyas raíces no se pueden visitar so pena de caer en la herejía.
Ese es el peligro de deslegitimación, que sufren todas las causas nobles
exponiéndose a la corrupción del poder; que es lo que pretenden siempre,
siquiera como vía aún legítima para la realización de sus reclamos, también
todavía legítimos. Ese es el caso con la literatura representativa de una época
álgida, que despierta incluso la legitimidad de su causa; como ese de La cabaña
del tío Tom, una novela escrita por una mujer blanca, que apresuró en mucho los
sentimientos antiesclavistas de la época.
La novela es un clásico, denostado por los negros de hoy por domesticar la
imagen del negro, subsumido al poder de los blancos; pero en lo que resulta en
un análisis absurdo, que desconoce la naturaleza misma de su historia. En
definitiva la novela está escrita desde el poder, y aún así alcanza a destacar
la singularidad de una personalidad digna; algo que probablemente deba a la
sensibilidad femenina de la escritora, subsumida ella misma a la estructura patriarcal
de su sociedad.
Es decir, la novela tendría además el valor de una sensibilidad
interseccional, desde la que comprende a la realidad; algo sin dudas novedoso
para su época, mostrando la porosidad de su propia cultura, justo en sus puntos
más vulnerables. No reconocer eso es caer en el dogmatismo, que se reconoce en
los de esa doctrina seudo religiosa que es el marxismo; pero que por lo mismo
no tiene un carácter liberador sino de utilitarismo político, subsumiendo a su
propio caucasidad el problema de la raza negra.
Eso no tendría que ser un problema, siendo la política una plaza en la que
confluyen los discursos como guerreros; pero lo es, porque esos guerreros no
son los ambiciosos generales, que ladinos se esconden tras los discursos. Ese
es el problema, que estos activistas no han tenido otras lecturas de ese libro
que las que les han provisto, en manuales que emulan los tratadillos
evangélicos; e ignoran los libros originales en que se legitiman esos
tratadillos, que permanecen así como secretos que emanan su legitimidad pero no
su substancia.
El drama no es sólo de esa novela, sino incluso de la profusa literatura
negra producida por negros norteamericanos; que si carecen de ese espíritu
combativo que exigen los nuevos apóstoles, no son entonces suficientemente
buenos para explicar la realidad. No importa siquiera si son más objetivos,
porque no se escribieron para satisfacer las necesidades épicas de un discurso;
o sí importa, porque es precisamente de eso de lo que se trata y no tanto en
verdad de la causa en sí misma ni su legitimidad.
Cuando se estudia, resalta entonces la gran manipulación que llega a
denostar figuras enormes como Frederick
Douglass; porque consciente de la realidad de la que participaba, llamaba a
establecer relaciones de justicia pero con la integración definitiva del negro.
Ese es el problema, que a nadie le interesa la justicia sino la imposición del
dogma marxista, usando el problema negro como fuente de inestabilidad; lo que
ya debería despertar la suspicacia de los líderes negros como última esperanza
de su pueblo, sobre todo los religiosos.
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