No hace mucho, un negro cubano que
participa de la cultura oficial me descalificó como “falta ‘e guara", por
criticón; más recientemente, otro me recomendó quitarme el demonio ese de la
descalificación sin sentido. En ninguno de los casos se trataba de una
referencia personal, como la que hubo de respuesta; eran solamente críticas
directas a los puntos en cuestión, que
de paso fueron esquivadas con la descalificación.
No es extraño, se trata de la poca cultura
crítica que se puede reconocer en la mayoría de nuestras comunidades; lo malo
es cuando se trata de asuntos álgidos, en élites supuestamente especializadas
como las intelectuales. El tono es en todo caso defensivo, demostrando la
debilidad intrínseca de la descalificación; que sólo tiene ese recurso ante la
hipocresía evidente de sus postulados, así desenmascarados. Es sin embargo
triste, pues muestra la pobreza de recursos políticos de dicha élite, condenada
al elogio de sí misma; y tan expuesta en esta debilidad, que no puede hacer
nada por sí misma, mas que recoger los besos que se tira ante el espejo.
El problema incluso goza de cierta
universalidad, replicado con la misma torpeza en el exilio; que no sufre esas
presiones lógicas de la oficialidad, y sin embargo responde con las mismas
dobleces. Más aún, es la misma marca al hierro de las contradicciones raciales
que denuncian ambos, oficialistas y exiliados; demostrando que el problema es
entonces humano antes que racial, para debilitarlos más aún en sus argumentos.
Debe ser por eso que resulte entonces tan
odioso a unos como a otros, más todavía que a los primeros; que seguros en la
envidia con que tratan a aquellos, pueden darse el lujo de sencillamente
ignorarlo todo. Se trata obviamente de una conjura de necios, empeñados en no
estudiar matemáticas ni teología; cuya comprensión resolvería todos los problemas
del mundo, al revelar la inutilidad de nuestras pretensiones.
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