Monday, July 6, 2020

Bleaching


El pecado más grande de los negros cubanos es el de la traición constante a sí mismos, que es terrible; es como el Ser que se niega a sí, en el proceso de blanqueamiento más bestial,  porque es ontológico. No se trata del uso de polvos de arroz en el rostro, sino de ese vicio que perdió al hombre blanco en su sensación de triunfo; y que aspiramos a reproducir, siguiendo los pasos apresurados de su tradición, negándonos a la pureza en que podríamos salvarlos a ellos incluso.

Nosotros podemos negar en nuestra excepcionalidad esos valores falsos, que los perdieron a ellos con la vanidad; es sólo un ejemplo, pero alcanza a explicar la serie de concesiones con que accedemos al sitio que nos tienen predestinados. Así exhibimos orgullosos nuestros vestidos africanos, no importa si hechos en China, porque el problema es sólo de identidad; no nos damos cuenta o no queremos darnos cuenta, de que asociada a la forma, la identidad es también un atributo superficial, y en ello reductivo.

Los negros cubanos son un caso especial de cubanos, por su mayor precariedad, que los hace ser especialmente cuidadosos; pero en vez de repercutir en una comprensión más acuciosa de sus propios problemas sólo los hace más ambiguos y resbaladizos ante los mismos. Tienen razón, el trauma de 1912 fue claro y definitivo en sus enseñanzas, pero con el riesgo rehúyen también el destino; por eso se limitan a protestar su depauperación, pero no la causa de que no puedan corregir ese problema en su raíz.

Así mirado, son un caso más patético que el de los negros norteamericanos que tratan de emular, porque son menos sinceros; se distinguen en esa prostitución profunda, que los lleva a identificar sus causas con los fondos de las universidades que los pueden becar. Unos y otros buscan sus respuestas en el blanqueamiento que ofrecen los mercados, con sus diversos productos para afectar el color de la piel con el del éxito; pero unos son más auténticos que otros en esta búsqueda, porque lo hacen con recursos propios.

La depauperación es una fatalidad con que la raza inicia su periplo occidental, y esta es la estructura que enfrenta; pero ganará el que aporte la substancia, reclamando su espacio desde la misma, no con la retórica. Es por eso que los negros norteamericanos llevan ventaja, porque los cubanos sólo se le han puesto a la zaga; puede que por su mayor precariedad política, pero desechando en ello su propia posibilidad existencial.

En definitiva, esa poca ventaja de los norteamericanos se pierde por el mismo efecto de la retórica; cuando subordinan su causa a las promesas de un liberalismo tan ladino que sabe ocultar su propio albor entre los esplendores del sol. Unos y otros sólo conseguirán ser auténticos, en la medida en que deriven un discurso propio, no sujeto a la misma hermenéutica que los sujetó; y que no nació con Occidente, sino con su esplendor más tardío en la modernidad, con los discursos que redujeron toda posibilidad a lo ideológico.

Por eso, unos y otros están igualmente descarriados, pero unos más que otros, por seguir a estos otros en ese despeñadero; y de entre ellos, peor aún los negros del exilio cubano, que pudiendo mediar entre todos, prefieren tampoco hacerlo. Está claro que tras tanta ineficiencia sólo medra la mediocridad postmoderna, que negándose al pensamiento sobre la trascendencia de la realidad se fija en el éxito personal; esa nimiedad con que la decadencia moderna esconde su propio fracaso, insistiendo en remedios de vicaria para la catarata creciente con que se anuncia el nuevo esplendor humano.

Así, con la bota sobre sus propios negros, Cuba azuza a los de Norteamérica contra el gobierno norteamericano; y los cubanos se dejan usar para el juego, en vez de revelar las cartas —es sólo un juego de naipes—, diciendo a sus hermanos que sólo están cambiando de hacienda, no huyendo del sistema que los humilla. A su vez, los negros cubanos del exilio, pudiendo mediar entre todos, se invisibilizan con las mismas premuras que los de su país; sólo que sin necesidad, pues por algo viven en el exilio, aunque todavía marcados para la reticencia —como con hierro candente— en la obnubilación por el éxito.

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