Tuesday, June 30, 2020

Elogio de los negros de antes


La experiencia de traducir Las almas del hombre negro es singular, sobre todo por lo que depara; una realidad contrastante, entre la amargura y la alegría, entre la esperanza y la desazón, una experiencia extraña. Por sobre todas las cosas, la lamentable pequeñez de los hombres de estos tiempos, que no pueden vivir a la altura de sus acontecimientos; como aquellos hombres de antes, ante los que el paisaje era escabroso y rudo y sin embargo hermoso y extendido, listo para la fábrica inteligente.

Junto a esa decepción, la maravilla de aquellos titanes, que no sólo trabajaron en su propia ilustración y registraron esos tiempos; sino que además pudieron hacerlo con generosidad, distanciándose lo suficiente para poder acometer sus empresas con celo y responsablemente. Un hombre negro de principios del siglo XX no puede haber tenido una vida fácil en los Estados Unidos, ni siquiera teniendo dinero; y aun así, W. E. B. Du Bois tuvo la generosidad para disponer su tiempo a contar y explicar lo que podía, porque eso tenía un sentido.

Ahí vuelve la desazón, pues si esos hombres pudieron hacer eso, la incapacidad de los de hoy es voluntaria; la obstinación con que empujamos agendas particulares, empequeñeciendo inútilmente causas tremendas, es triste. Hombres que desde la realidad del hombre negro dejaron claro los motivos de la guerra, que no fueron los de la emancipación; y que por eso todavía pueden explicar tan complejo proceso, con todos y cada uno de sus inasibles e incontables detalles.

Especialmente asombroso, la generosidad con que reconoce las limitaciones de los que acometieron aquella tarea de la emancipación; que así no es una simple proclama, sino una operación gigantesca, llena de oficinas, funcionarios —cada uno con su carácter peculiar—, presupuestos, y una poderosa voluntad. No sólo la candidez política del negro liberado, sino también la buena voluntad de los que se hicieron operarios de aquella maquinaria en marcha; y también los renuentes, los recalcitrantes que hicieron todo lo posible para entorpecer la operación, y la debilidad de los que no sabían aprovecharla.

Todo sin un epíteto, sin una condenación del otro, sin un enemigo —sólo gente que no comprende— a la vista; que es lo que provoca esta desazón ante la pobreza de los de nuestro tiempo, que viven peloteándose culpas a un lado y otro del mundo como una cancha. Por estos hombres que escribieron la historia, uno sabe que todos los problemas del mundo tienen solución con sólo que se los quiera resolver; para lo que sin embargo hay que ser generoso, y descubrir el entusiasmo de la realización personal en esas tareas pequeñas que sólo dan fruto después.

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