La experiencia de traducir Las almas del hombre negro es singular, sobre
todo por lo que depara; una realidad contrastante, entre la amargura y la
alegría, entre la esperanza y la desazón, una experiencia extraña. Por sobre
todas las cosas, la lamentable pequeñez de los hombres de estos tiempos, que no
pueden vivir a la altura de sus acontecimientos; como aquellos hombres de
antes, ante los que el paisaje era escabroso y rudo y sin embargo hermoso y
extendido, listo para la fábrica inteligente.
Junto a esa decepción, la maravilla de aquellos titanes, que no sólo
trabajaron en su propia ilustración y registraron esos tiempos; sino que además
pudieron hacerlo con generosidad, distanciándose lo suficiente para poder
acometer sus empresas con celo y responsablemente. Un hombre negro de
principios del siglo XX no puede haber tenido una vida fácil en los Estados
Unidos, ni siquiera teniendo dinero; y aun así, W. E. B. Du Bois tuvo la generosidad
para disponer su tiempo a contar y explicar lo que podía, porque eso tenía un
sentido.
Ahí vuelve la desazón, pues si esos hombres pudieron hacer eso, la
incapacidad de los de hoy es voluntaria; la obstinación con que empujamos
agendas particulares, empequeñeciendo inútilmente causas tremendas, es triste.
Hombres que desde la realidad del hombre negro dejaron claro los motivos de la
guerra, que no fueron los de la emancipación; y que por eso todavía pueden
explicar tan complejo proceso, con todos y cada uno de sus inasibles e incontables
detalles.
Especialmente asombroso, la generosidad con que reconoce las limitaciones
de los que acometieron aquella tarea de la emancipación; que así no es una
simple proclama, sino una operación gigantesca, llena de oficinas, funcionarios
—cada uno con su carácter peculiar—, presupuestos, y una poderosa voluntad. No
sólo la candidez política del negro liberado, sino también la buena voluntad de
los que se hicieron operarios de aquella maquinaria en marcha; y también los
renuentes, los recalcitrantes que hicieron todo lo posible para entorpecer la
operación, y la debilidad de los que no sabían aprovecharla.
Todo sin un epíteto, sin una condenación del otro, sin un enemigo —sólo
gente que no comprende— a la vista; que es lo que provoca esta desazón ante la
pobreza de los de nuestro tiempo, que viven peloteándose culpas a un lado y
otro del mundo como una cancha. Por estos hombres que escribieron la historia,
uno sabe que todos los problemas del mundo tienen solución con sólo que se los
quiera resolver; para lo que sin embargo hay que ser generoso, y descubrir el
entusiasmo de la realización personal en esas tareas pequeñas que sólo dan
fruto después.
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