La crítica de Alfredo Triff de la
antropología de Ortiz y su peso en el racismo cubano requeriría ciertas
matizaciones; comenzando por la base ontológica del problema, que sería reductiva
desde su postulación. El postulado es reductivo al plantearse al esclavo en
función de su predicamento y no de su misma humanidad; y como consecuencia de
ello, va a ser distorsionada en la comprensión que propone del mismo como
sujeto existencial y político.
Cualquier comprensión sobre el Ente es del
Ser en sí primero, como inmanente en su existencia misma; y sólo a partir de
ahí se le observa en sus determinaciones, tanto previas como posteriores. El
análisis ontológico es de la estructuralidad misma del Ser, y sólo después incorpora
su condición como predicado. A partir de ahí, la comprensión de Ortiz sobre el
negro es objetual, partiendo de este predicado en función de sujeto; pero por
lo mismo esa comprensión no es suya, propia del Ente sobre sí, que es lo que le
permite evaluar su situación como injusta.
A su vez, esa comprensión de Ortiz trata
de la capacidad del negro (ese negro) para integrarse efectivamente esa
estructura ya dada; es decir, una cultura que se observa a sí misma como ya completa
antes de esta incorporación del negro, que por tanto siempre le va a ser
extraña. Quizás lo que dificulte esta matización del racismo funcional de
Ortiz, sea la división de la realidad como dos realidades superpuestas; en el
sentido de que plantea dos Cubas, una blanca y otra negra, que se superponen en
esta subordinación de una por la otra.
Aquí se parte de un vicio racional, que ya
distorsiona todo el planteamiento con la incomprensión de su sujeto; pues la
realidad a la que se refiere no es a la realidad en sí sino en cuanto humana,
que es la cultura como naturaleza artificial en que se realiza lo humano; y que
ocurre en la forma concreta de una estructura social. En ese sentido no hay
nunca dos realidades, sino una misma extensión de lo real, estructurado en las
relaciones funcionales de sus subestructuras; estas son los diversos estamentos,
que sin embargo nunca van a tener consistencia suficiente para existir por su
mismos.
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La cultura cubana es criolla, mestiza y
sincrética, careciendo además del
fenómeno segregacionista norteamericano; que es una referencia omnipresente
pero no una realidad, e incluso rechazado en esa función referencial; casos
concretos y de valor histórico lo demuestran, como la efímeras fundación de un
capítulo del Ku Klux Klan en la soberbia Villa Clara. Es por eso que la
sociedad cubana tiende a la integración natural, difícil y progresiva pero
incluso fatal en su inmediatez; más difícil cuando las partes a completarse son
retenidas en el resentimiento político, como una exigencia de legitimación
política.
Está claro que la mera existencia del
resentimiento ya lo legitima, pues existe en la percepción de una injusticia;
que en este caso es además real, como un hecho de suyo irreparable, porque para
siempre existe en el pasado que nos determina. Sin embargo, la determinación de
ese pasado no es fatal, porque para influir en la realidad debe ser reflexionado;
donde se le puede reducir al valor referencial, con que pierde ese sentido de
fatalidad terrible.
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Para eso no obstante hace falta madurez
política y suficiencia existencial, que nos permite encontrar sentido en el
presente mismo; de modo que no vivamos con esa fatalidad que nos condena al
complejo por una actuación de servidumbre y debilidad. Ni siquiera en el
presente esas condiciones deberían acomplejarnos, a menos que nos estemos
dejando manipular por intereses políticos; que alimentándonos el resentimiento
en su legitimidad y la envidia nos siguen usando como carne de cañón.
Todo eso será legítimo pero inútil, pues
sólo alimenta esa fatalidad del maniqueísmo como dialéctica de lo real; en vez
del uso de esa misma experiencia en su valor existencial, para detener la
contradicción en su carácter falaz y artificial. Aquí entonces, la discusión
sobre el racismo de Ortiz es redundante, porque el mismo es inevitable; los
mismos ejemplos, con citas que demuestran su lombrosianismo, recuerdan el de
Villaverde en la Cecilia Valdés que hemos aceptado como patrón
cultural; pero además porque son recurrentes en su valor epistemológico, para
una cultura que se expresa en el simbolismo modernista, con todo y sus pretensiones
cientificistas naturales.
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Lo que se echa de menos ahí es el cuerpo
antropológico creado por los mismos negros en su propio desarrollo; como la
emergencia que modificaría el peso natural de ese racismo de Ortiz, antes que
la inutilidad de su crítica. Esa ausencia no es achacable a Ortiz, por más
racista que fuera, y es entonces la responsable de ese peso suyo; y eso sí es
una pena, teniendo en cuenta precedentes como el del citado Urrutia, que pudo
sostener un trabajo consistente posterior.
No hay dudas de que el acercamiento de
Triff a Ortiz es oportuno, y no sólo como actualización de un problema todavía
vigente; también como recordatorio de una necesidad concreta a satisfacer, y
que no desaparecerá con reclamos políticos. Lo que se necesita es obviamente
una antropología suficiente, como la que se puede hacer en estos días; y que
nadie mejor que el ofendido para proveerla, en tanto de lo que se trata es de
su propia necesidad.
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