El vínculo entre la música del reggaetón y la cultura negra es
básicamente falaz, y lo mismo puede decirse del hip hop; que ciertamente
derivan de expresiones musicales negras, pero como productos primeramente
comerciales, no culturales. El origen de ambos se establecería en el Pop
norteamericano de las décadas del setenta y el ochenta del siglo veinte, y el Reggae
de Jamaica; ambos productos eminentemente negros, que en esta identidad
expresaban esa cultura en todas sus proyecciones. Sin embargo, una vez ahí el
fenómeno se desarrolla como eminentemente socio y no etnológico; aunque con el vicio
político que hace coincidir mayormente a la población negra con la marginalidad
económica, en una cultura de gueto. A partir de ahí se establecería el vínculo
etnológico, que no atiende sin embargo a la porosidad del lumpen como estamento;
ya que el margen de la estructura social no es exclusivo sino sólo mayoritariamente
negro, dando lugar a la falacia etnológica que lo reduce como expresión
cultural.
De lo que no habría dudas, es de ese carácter mayoritario de la raza
negra en los márgenes sociales, y que por tanto lo identifica por extensión;
pero sólo como clase política, y de ningún modo etnográficamente, ya que de
hecho se establece en formas intrínsecamente sincréticas. No obstante, la falacia
se agrava por otros desarrollos, como el de la manipulación mercantilista por
la industria del consumo; que recreando el imaginario del lumpen marginal, lo
unifica en jun segmento de consumo masivo, al que venderle este producto; que
lejos de ser etnológicamente definido —y en ello verdaderamente representativo—,
en realidad sintetiza bajo la misma etiqueta de negro la totalidad de la
cultura marginal. Una vez aquí, lo paradójico es que las élites de la
militancia cultural negra asuman esta identidad racialmente reductiva y
simplista; demostrando que el objetivo no es la reivindicación que preconizan
sino el mantenimiento del estatus de beligerancia, como sostén de su propio
estilo de vida.
El problema es que eso sería precisamente lo que reste consistencia a
todo esfuerzo de conciliación, deslegitimando la causa; incluso si el fenómeno
se da como una perversión espontanea, dadas las otras determinaciones del auge
del capitalismo postmoderno; es decir, incluso si esta derivación demagógica no
responde a alguna forma de cinismo, si o que es sencillamente inevitable en el
conjunto de las contradicciones políticas. Eso se refiere al otro fenómeno, por
el que el capitalismo postmoderno es una corrupción del industrial
(individualista); en el corporativismo neo feudal, con el que la sociedad
postmoderna se contrae en una crisis evolutiva, con el culto al éxito personal.
Debido a ello, los estamentos marginales mimetizan el comportamiento cultural
de las élites establecidas, como su propio sentido del éxito personal; en una
especie de bucle vicioso por el que la economía se expande, pero artificialmente,
alimentándose de sí misma, en una dinámica de consumo desenfrenado.
Debido a eso, la manipulación de la industria (corporativa) de la
música, alimentaría el consumo del hip hop y el reggaetón; primero como una
imagen de identidad generacional, a la que progresivamente se le van remarcando
los aspectos etnográficos del origen. No obstante, estas referencias al origen
pueden remedarse con la misma imagen de su gestación como una gran metáfora;
dada en la relación, ridícula y hasta patética en el reductivismo, de la
original Rappers Delight con el Aserejé de un dúo de pop light europeo llamado
Las kétchup. De ese modo, es todo el margen político económico el que queda
englobado en la así llamada cultura urbana; que en realidad es una reducción de
ese estamento a sus prácticas más primarias y violentas, sin siquiera el
elemento intelectual de la sublimación en el imaginario colectivo.
Otra vez
aquí resalta entonces la paradoja de esas élites militantes, que lejos de
condicionar su participación del conjunto de la cultura tratan de secuestrarla;
manteniéndola en esta primariez, a nombre de un supuesto liberalismo anti
occidentalista, semejante —es un ejemplo— al barbarismo hipócrita de las
culturas árabes. En realidad, si esas élites estuvieran interesadas en la
reivindicación de sus culturas, apelarían a los aportes valiosísimos que estas pueden
hacer; y que muy distintos del sensualismo folclorista que insiste en bestializarlos,
podrían corregir los excesos naturales de la cultura misma. En este sentido, debe reconocerse que la llamada cultura occidental es
más bien un estado del desarrollo de toda cultura; que lo que sí es tecnológicamente
superior, dando como resultado una organización política más eficiente. Por tanto,
se trata de un fenómeno universal, como propio de toda cultura, que simplemente
tiene diferentes estadios; pero por lo que tan inmoral es manipular desarrollos
más primitivos en beneficio de los más desarrollados, como a la inversa.
Así, en vez de rumba, los negros podrían aprovechar el momentum actual de las ciencias, y corregir el inmanentismo occidental con una suerte de neo trascendentalismo; pero para lo que tendrían que sintetizar sus propias tradiciones, ya codificadas en sus tratados y prácticas mágico religiosas, en conjunción con los últimos hallazgos de la física cuántica. Eso sería más efectivo y conduciría a una reivindicación efectiva, en vez de a la perpetuación del status quo; en que una élite blanca lidera siempre sus esfuerzos, acaparando un sistema financiero basado en la subvención, de la que dejan caer migajas —en la forma de estímulos al ego— a sus protegidos negros.
Así, en vez de rumba, los negros podrían aprovechar el momentum actual de las ciencias, y corregir el inmanentismo occidental con una suerte de neo trascendentalismo; pero para lo que tendrían que sintetizar sus propias tradiciones, ya codificadas en sus tratados y prácticas mágico religiosas, en conjunción con los últimos hallazgos de la física cuántica. Eso sería más efectivo y conduciría a una reivindicación efectiva, en vez de a la perpetuación del status quo; en que una élite blanca lidera siempre sus esfuerzos, acaparando un sistema financiero basado en la subvención, de la que dejan caer migajas —en la forma de estímulos al ego— a sus protegidos negros.
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