Saturday, May 27, 2017

¡Paren las prensas, ni el reggaetón ni el hip hop son negros!


El vínculo entre la música del reggaetón y la cultura negra es básicamente falaz, y lo mismo puede decirse del hip hop; que ciertamente derivan de expresiones musicales negras, pero como productos primeramente comerciales, no culturales. El origen de ambos se establecería en el Pop norteamericano de las décadas del setenta y el ochenta del siglo veinte, y el Reggae de Jamaica; ambos productos eminentemente negros, que en esta identidad expresaban esa cultura en todas sus proyecciones. Sin embargo, una vez ahí el fenómeno se desarrolla como eminentemente socio y no etnológico; aunque con el vicio político que hace coincidir mayormente a la población negra con la marginalidad económica, en una cultura de gueto. A partir de ahí se establecería el vínculo etnológico, que no atiende sin embargo a la porosidad del lumpen como estamento; ya que el margen de la estructura social no es exclusivo sino sólo mayoritariamente negro, dando lugar a la falacia etnológica que lo reduce como expresión cultural.
De lo que no habría dudas, es de ese carácter mayoritario de la raza negra en los márgenes sociales, y que por tanto lo identifica por extensión; pero sólo como clase política, y de ningún modo etnográficamente, ya que de hecho se establece en formas intrínsecamente sincréticas. No obstante, la falacia se agrava por otros desarrollos, como el de la manipulación mercantilista por la industria del consumo; que recreando el imaginario del lumpen marginal, lo unifica en jun segmento de consumo masivo, al que venderle este producto; que lejos de ser etnológicamente definido —y en ello verdaderamente representativo—, en realidad sintetiza bajo la misma etiqueta de negro la totalidad de la cultura marginal. Una vez aquí, lo paradójico es que las élites de la militancia cultural negra asuman esta identidad racialmente reductiva y simplista; demostrando que el objetivo no es la reivindicación que preconizan sino el mantenimiento del estatus de beligerancia, como sostén de su propio estilo de vida.
El problema es que eso sería precisamente lo que reste consistencia a todo esfuerzo de conciliación, deslegitimando la causa; incluso si el fenómeno se da como una perversión espontanea, dadas las otras determinaciones del auge del capitalismo postmoderno; es decir, incluso si esta derivación demagógica no responde a alguna forma de cinismo, si o que es sencillamente inevitable en el conjunto de las contradicciones políticas. Eso se refiere al otro fenómeno, por el que el capitalismo postmoderno es una corrupción del industrial (individualista); en el corporativismo neo feudal, con el que la sociedad postmoderna se contrae en una crisis evolutiva, con el culto al éxito personal. Debido a ello, los estamentos marginales mimetizan el comportamiento cultural de las élites establecidas, como su propio sentido del éxito personal; en una especie de bucle vicioso por el que la economía se expande, pero artificialmente, alimentándose de sí misma, en una dinámica de consumo desenfrenado.
Debido a eso, la manipulación de la industria (corporativa) de la música, alimentaría el consumo del hip hop y el reggaetón; primero como una imagen de identidad generacional, a la que progresivamente se le van remarcando los aspectos etnográficos del origen. No obstante, estas referencias al origen pueden remedarse con la misma imagen de su gestación como una gran metáfora; dada en la relación, ridícula y hasta patética en el reductivismo, de la original Rappers Delight con el Aserejé de un dúo de pop light europeo llamado Las kétchup. De ese modo, es todo el margen político económico el que queda englobado en la así llamada cultura urbana; que en realidad es una reducción de ese estamento a sus prácticas más primarias y violentas, sin siquiera el elemento intelectual de la sublimación en el imaginario colectivo. 
Otra vez aquí resalta entonces la paradoja de esas élites militantes, que lejos de condicionar su participación del conjunto de la cultura tratan de secuestrarla; manteniéndola en esta primariez, a nombre de un supuesto liberalismo anti occidentalista, semejante —es un ejemplo— al barbarismo hipócrita de las culturas árabes. En realidad, si esas élites estuvieran interesadas en la reivindicación de sus culturas, apelarían a los aportes valiosísimos que estas pueden hacer; y que muy distintos del sensualismo folclorista que insiste en bestializarlos, podrían corregir los excesos naturales de la cultura misma. En este sentido, debe reconocerse que la llamada cultura occidental es más bien un estado del desarrollo de toda cultura; que lo que sí es tecnológicamente superior, dando como resultado una organización política más eficiente. Por tanto, se trata de un fenómeno universal, como propio de toda cultura, que simplemente tiene diferentes estadios; pero por lo que tan inmoral es manipular desarrollos más primitivos en beneficio de los más desarrollados, como a la inversa.

Así, en vez de rumba, los negros podrían aprovechar el momentum actual de las ciencias, y corregir el inmanentismo occidental con una suerte de neo trascendentalismo; pero para lo que tendrían que sintetizar sus propias tradiciones, ya codificadas en sus tratados y prácticas mágico religiosas, en conjunción con los últimos hallazgos de la física cuántica. Eso sería más efectivo y conduciría a una reivindicación efectiva, en vez de a la perpetuación del status quo; en que una élite blanca lidera siempre sus esfuerzos, acaparando un sistema financiero basado en la subvención, de la que dejan caer migajas —en la forma de estímulos al ego— a sus protegidos negros.

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