Thursday, May 16, 2019

Adire y el tiempo roto, la saga del héroe existencial

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Hay novelas que exigen una lectura trascendente, sobre significados, porque reflejan una suerte de estructuralidad ontológica del Cosmos; son novelas, por lo general, un poco herméticas, con hálitos místicos, y sobre todo muy teóricas. Por eso, esas novelas devienen en abstrusos tratados de estética, y rara vez su materia es histórica; aunque en algunos casos sí, como En busca del tiempo perdido o Por los caminos de Swan, cuya temática es abiertamente filosófica. Pero otras retienen el hermetismo en que el arte exhibe su naturaleza pseudorreligiosa, y no hacen concesiones historicistas; tal es el caso de El juego de abalorios, o el más emblemático aún del dueto Paradiso-Opiano Licario, y también el de La noche oscura del niño Avilez y El palacio del pavorreal

Lo común, en todos los casos anteriores, es que se trata de autores muy cultos y casi —si no totalmente— áridos por su culteranismo; autores de una formación monstruosa, que desborda los cauces convencionales de la narrativa. El problema, porque sí hay un problema, porque este tipo de obra es ofensivamente hermética, y hasta intratable para no iniciados y expresamente interesados; el problema, entonces, sería de la narrativa contemporánea, que no es ajena al pragmatismo capitalista y el filo-positivismo de la cultura moderna; resolviéndose incluso por cánones espantosos, como "la novela decimonónica" y cosas por el estilo; que ignoran, siempre, los principios mismos de la creación como elemento dado de la cultura en tanto estructura existencial. 

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Adire y el tiempo roto, de Manuel Granados, pertenece a este tipo de novela de corte filosófico y ontologista; por más que su búsqueda no sea estética sino más puramente existencial, logrando lo ontológico por sus alcances reflexivos, su naturaleza, y no necesariamente en su objeto. No lo lograría en su objeto, porque no se lo plantea como tal sino que deviene en ello por su propio peso; y su objeto sí, como en la generalidad de la literatura contemporánea suya, es lo histórico como histórico, ese dramatismo distinto del ontológico que guarda la realidad en tanto praxis dada.

En el caso de esta novela, eso sería bueno, porque no contiene una tesis, incluso si posee un alcance teleológico; que sería lo que la distinga de los títulos antes mencionados, que en verdad serían como alocuciones ex-cátedra —acertadas o no— de sus iluminados autores. Pero sí, la materia dramática de esta novela es tal, que también desborda los cauces convencionales de la narrativa contemporánea; en un autor que, por demás, es frágil como sujeto de arte, deslumbrado por las capacidades de la narrativa como representación, y por una realidad existencialmente abrumadora. Es, entonces, un caso muy original, porque no reproduce exactamente los casos de autores arrobados por el éxtasis místico existencial de sus héroes; pero su personaje sí es un héroe, incluso existencial, como los protagonistas de los otros títulos mencionados. 

Respecto a esta novela, lo primero que habría que destacar es el misterioso título; que aludiría a la búsqueda existencial, pues se refiere a una técnica textil africana (Adire), traducible como "lavado y atado". Por su parte, "el tiempo roto" sería una alusión al contexto política y socialmente promisorio de la gesta revolucionaria cubana; que como una catarsis, se propone también como una apoteosis para la realización del Ser, al menos en su propio contorno histórico. Eso anterior, que puede ser discutible en la perspectiva política posterior, no lo es en ese marco suyo; para lo que bastaría recordar la parábola de Lezama Lima de la revolución como una "era imaginaria", y hasta novela homónima en que Vázquez Díaz recrea el devenir del proceso.

También, en la misma novela de Granados, la conclusión simplista de "¿cómo puede haber un negro contrarrevolucionario?"; que remite directamente a aquel cuestionamiento, ofensivo, en que Fidel Castro confrontara a uno de los prisioneros de Playa Girón, justo por ser negro y contrarrevolucionario. Adire y el tiempo roto sería, pues, el proceso negativo que compulsa al Ser hacia una apoteosis, rompiendo su determinación última; que sería el Tiempo, no sólo la categoría más importante de la metafísica clásica (Aristóteles), sino incluso proveniente de la estructura básica de la mitología; donde media (Cronos) entre el principio absoluto (Urano) y su determinación en praxis (Zeus-poder), como hijo de ese principio con la posibilidad como extensión (Gea).

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Lezama Lima dibuja a su héroe como una potencia absoluta, Cemí, el protodios, naturaleza elemental de las deidades indígenas; y éste debe realizarse en Fronesis, a lo largo de una contradicción (Foción), que es su propia humanidad (Lucía). Pero el margen socio-cultural de Lezama Lima, y por ende de su parábola, es una burguesía más o menos acomodada y convencional; lejos de eso, el margen de Granados es precario hasta lo indecible, incluso cae socialmente en el limbo del lumpen. De ahí que la construcción de su personaje diste en mucho de ese bucolismo positivo de Cemí, que es un barro presto a ser moldeado; y por el contrario, Julián es un tipo que no tiene acceso a ninguna forma de contemplación; y su proceso, como el del tejido africano (adire) consiste en ser suficientemente secado y atado (estrujado). 

La apoteosis de Julián, figura entonces como la de Alejandro Magno; debe romper el Tiempo, como Alejandro el nudo, para adueñarse de la extensión de sus posibilidades, su realidad. A partir de ahí, ese desarrollo (adire) de Julián, el personaje, ocurre como un impulso al completamiento, surgido de su propia necesidad; dada en su propia incapacidad para satisfacer las expectativas que suscita, justo por su propia e incomprensible trascendencia. Julián siempre es requerido por su condición objetual y exótica, incluso si marginal o hasta por eso mismo; y él se niega a esa entrega que lo reduciría, como reducen las convenciones toda trascendencia, todo impulso vital. Después de todo, Julián es un fenómeno excepcional, que es por lo que adquiere la condición cosmo-ontológica; es un Ente, el Ser en sí, y por tanto debe realizarse, lograr alguna plenitud. Para esto, Julián tendría que asumir su propia humanidad y encarnarla, tan precaria como es; tal y como la culminación de Cemí, en esa otra especie de Orestiada que es el dueto lezamiano, consiste en la comprensión y aceptación por Fronesis de la pasión compulsiva de Foción. 

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Con otro lenguaje —desnudo de referencias culteranas, que Granados no posee por su origen aunque sí adquiridas en su abigarrada formación—, y una técnica narrativa menos alambicada pero de algún modo eficaz, Adire... es el mismo concurso épico de Paradiso-Opiano Licario. El alter ego de Julián, es incluso tan drástico como Foción lo es de Fronesis, y como lo sería Fritz Tegularius de Albert Knetch en El juego de abalorios; Julián, un hombre negro, negado al deseo sexual que suscita, tiene de partenaire a una mujer blanca, llamada Cira, que como prostituta vive de complacer incondicionalmente ese mismo deseo. Ambas vidas ocurren paralelamente, y sólo se encuentran hacia el final, pues es en esa fusión en lo que consiste la apoteosis; Cira redime a Julián, y tanto como a la inversa, al amarle por lo que humanamente es, más allá de las represiones de su primera novia; Elsa, que no puede atreverse a traspasar las rígidas convenciones —siempre ellas, cual erinnias negadas al devenir euménido— de cualquier mujer blanca de su época y lugar. 

De hecho, siguiendo las referencias y contrastes, en esta novela Cira sería a Elsa lo que Inaca Eco Licario a Lucía en Paradiso; pero Lucía carece de ese valor negativo que sí posee Elsa, que aquí fungiría como el "amarrado" del "adire"; mientras Cira si retendría el valor taumatúrgico de Inaca, aunque no formalmente sino como significación. También distinto de El juego de abalorios, la otra parábola de su tipo, la contradicción de Adire y el tiempo roto no es intelectual sino práctica; pues no se refiere a esa dialéctica infinita que es típica en Herman Hesse, dirigiéndose siempre a la culminación apoteósica. Hay también, en Adire..., una cierta grosería machista, más allá del personaje de Cira como naturaleza recurrente (realidad) en que el Ser puede realizarse; se trata de Miguel José, el amigo de Julián, amago de Foción lezamiano, pero demasiado atrevido como prospecto para un ente ya marginal como lo es el mismo autor. 

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De hecho, en esta novela el sexo carece del valor metafísico de la significación, que sí posee en Paradiso como eros; sino que es justo el elemento histórico —por su origen y naturaleza política y social— que compulsa a Julián hacia la plenitud, por el proceso negativo del "secado y atado" (adire). El sexo es en esta novela el valor ofensivo del Tiempo, como determinación a la que debe rebelarse el Ente para realizarse; no por la imposible renuncia, porque la referencia ideológico-moral no es la ética cristiana (Paradiso), comprensiblemente abominable para Granados; sino justo por la liberación de su disfrute, sin la opresión que significa Elsa, en la calma cansada de Cira; justo como una comprensión de Cibeles, que extiende el sayo ante un destrozado Zeus que revive.

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