Ignacio T. Granados Herrera
Normalmente el que sabe sabe algo
concreto, porque el conocimiento suele ser un acto concreto y especial; de ahí
que tenga un sentido práctico, por el que además ocurre de forma especializada
y focal. Eso es lógico, incluso o sobre todo en el sentido económico de los
fenómenos naturales; que se organizan en busca de la eficiencia, incluso si se
trata de fenómenos cuya naturaleza es cultural; pues al fin y al cabo, artificial
o no, la cultura es una naturaleza, la propia de lo humano[1].
Eso explicaría los niveles de especialidad alcanzados por el pensamiento
moderno, pero también su ineficacia; ya que ciertamente, esa Modernidad ha sido
pródiga en avances científicos, gracias justamente a esos niveles de
especialización; pero no puede decirse lo mismo de otros aspectos del
pensamiento, como la ontología y la metafísica, que requieren de una mayor
sistematicidad en su alcance universal y abstracto.
Eso anterior explicaría la
decadencia de pensamiento sistemático, paralela al auge de prácticas más
concretas y utilitarias del conocimiento; que sin embargo, y ni tan paradójicamente,
repercuten en una mayor incomprensión de la realidad, que tiene sus propias
dinámicas. Así, los discursos de vindicación política suelen desconocer que se
originan en una base existencial; cierto que en relación con una circunstancia
concreta y peculiar, pero siempre humana. De hecho, la característica misma de
la peculiaridad de la circunstancia debería empujar a la práctica de conocimiento
a una mayor sistematicidad; que redundando en un alcance más universal,
comprendiera —esta vez sí que paradójicamente— los casos particulares, como
propios de la realidad.
Tan compleja introducción se debe a
la necesidad de explicar las sutilezas por las que determinado conocimiento se desvirtúa
en una falacia, por lo sofístico; como esos casos en que determinada minoría —en
este caso racial— reclama un ajuste de la cultura toda, pero desconociendo esa
singularidad que trata de ajustar. Tal es el caso de la contradicción suscitada
por un artículo más o menos banal, tergiversado en sus implicaciones raciales;
como ese del hermano Argudín, en que se dirige al presidente Obama con el
desparpajo e irrespeto habitual a lo cubano, que ya del irrespeto algo
folclórico. El artículo de Argudín es ciertamente banal, como otra manipulación
retórica de la prensa cubana sobre problemas reales; pero lo que alimentó la
controversia no fue esa flagrante manipulación, sino su connotación racial.
Conviene otro paréntesis para imponer
la perspectiva, y que no se caiga en el falso universalismo de que hombre es
más que negro y más que blanco; que es falaz porque no es posible abstraer al
hombre y que siga siendo real, por lo que siempre es concretamente negro o
blanco o mestizo, que es la forma de ser humano. La frase en cuestión Argudín
se burlaba de las afirmaciones del presidente Obama con un ¿Negro, pero tú eres sueco?; y la misma se originaría en una
historia, probablemente un mito urbano, en que a un ciudadano sueco de piel
negra se le cuestionó su nacionalidad, justo por el color de la piel. Ciertamente,
aquí no se trata de si el racismo cubano es más o menos virulento que el
norteamericano; la frase es irrespetuosa, pero porque reduce al individuo a
aspectos simplistas y obvios, genéricos; y porque lo hace además en el
desparpajo habitual de la promiscuidad y la prepotencia típicas de la cultura
cubana. La simple mención del ser humano por su color de piel no es racista,
aunque sí sea racial y aunque como referencia se use sólo para designar minorías
políticas; porque su uso no es despectivo en el coloquialismo, pues esa
connotación viene dada por el contexto y no por el vocablo en sí.
La frase original no es entonces racialmente
despectiva, ni siquiera porque reconozca al sujeto por su vínculo racial; lo
que desgraciadamente parece una diferencia demasiado sutil, tanto que pasa
desapercibida a una élite que en su intelectualismo debería estar familiarizada
con la sutileza. La reacción, más bien vitriólica, pareciera entonces fundada
en los complejos raciales antes que en la discriminación grosera; y obvia
además el hecho de que el pobre Argudín al que humilla es negro sin recurso al
mestizaje, sin siquiera el refinamiento intelectualizado de quienes lo
critican. No es que no existan motivos para el complejo, que incluso lo hagan
recurrente hasta el punto de requerir cuidado en el uso del lenguaje; pero
entonces habrá que hablar de inseguridad, consistencia y madurez, no del
secuestro de toda una cultura en una culpabilidad tan difusa.
Más ofensivo resulta el hecho de
que al presidente Obama se le ninguneara de esa forma el gesto, que es parte
del desparpajo y el simplismo cubano; sobre todo sabiendo que se trata de otra
manipulación burda del discurso ajeno, sin siquiera mucho esfuerzo —puede que
por ingenuidad— para disimularlo. No hay dudas de que la contradicción política
provee una experiencia trascendente, más valiosa aún si siendo indirecta no corre
mayores peligros; sólo que eso mismo es un análisis superficial y también
reductivo, resultando en una experiencia trascendente sólo en apariencia. El
objeto político en este caso no puede haber residido en una connotación
inexistente como esa del racismo de Argudín; habría estado en la otra del
irrespeto a la individualidad del criterio y en el desparpajo —que en Cuba es
peligroso por relacionarse con el voluntarismo— así como en la manipulación
retórica.
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Protestar la rutina de un
trapecista es baladí, pero si se forma parte de la misma troupe es patético;
porque en realidad se esquiva al dueño del circo, con el que el trapecista
buscaba congraciarse, pero con el que se congracia ahora el otro en su
verticalismo. Para comprender eso habría hecho falta un hábito más sistemático
de las prácticas de conocimiento; incluso su aplicación no práctica sino desinteresada
y esteticista, y en ello entonces objetiva. La peculiaridad de que Argudín sea
negro hace más espeso y complicado el asunto, sumando peso a la carga de su
propia condición; porque se obvia que por su condición racial ya debe haber
pagado tres veces el precio de una posición por lo demás sobrevalorada, como
cualquiera relacionada con el ámbito de la cultura.
El hecho mismo de que esta crítica
probablemente ni siquiera sea comprendida se debe a ese mismo problema; que es
el reductivismo de la racionalización excesiva, por el que las élites de tan
especializadas pierden el contacto con la realidad, y con ello la eficacia
intelectual. Es una deficiencia entonces, determinada en el modernismo como el
accidente ontológico que la origina; las connotaciones morales de semejante
fenómeno son otro problema distinto, no menos sutil por cierto pero sí más devastador.
El error del hermano Argudín sin dudas fue pensar que podría hacer lo que
siempre han hecho los blancos sin que siquiera se escuchara —salvo tan honrosas
como desconocidas excepciones— un respingo de sus hermanos negros; ante lo que
entre desolado y divertido —luego de atravesar la espesa teoría del
conocimiento— habría que cuestionarlo con un guiño, ¿negro, pero tú eres sueco?
Tragicómico es que quien comenzara
a leer este artículo seguro fue convencido por el título de que era otra
crítica al hermano Argudín; y que si llegó al final, lo más probable es la otra
convención de que lo declare incomprensible, a pesar de que su propia desazón
lo desmienta. Como coda, vale ponderar los problemas de toda discusión con
cubanos, lo mismo asentados en Cuba que con relaciones fuertes con el país; a
los que habría que aplicar la primera parte de la navaja de Ockan, en el
sentido de que el criterio debe responder a igualdad de condiciones. Ciertamente,
cualquier discusión con cubanos se resiente por la credibilidad de una de las
partes; que debe cuidar su discurso y hasta tejer su propia red de intereses
justo para sobrevivir, en un sistema aún signado por la coerción política y
hasta ideológica en sus instituciones.
[1] . En una explicación más
densa, la cultura es la naturaleza específicamente humana en el sentido en que
el Marxismo entiende la realidad histórica; esto es, ya transformada por la
acción del ser humano, y se refiere por tanto a la diferencia entre la realidad
en cuanto tal y la realidad en cuanto humana. *// Cf: Para
una introducción al Neo Marxismo (Kindle ed.)
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