Por Ignacio T. Granados Herrera
Una de las frases más felices en
las luchas por la reivindicación racial, es la del negro que afirma no
descender de esclavos sino de personas que fueron esclavizadas; es una frase de
Makota Valdina, una figura que atraviesa con su ambigüedad el interés académico
por la singularidad de la cultura negra con el activismo social y las luchas
por la reivindicación social. Hay que recalcar el elemento de la ambigüedad,
que remarca a su vez el carácter retórico de la frase, expuesta como
pensamiento social; con elaboraciones que tratan de desmarcar a las personas
como individuos de la circunstancia como su propia determinación social. En
realidad la frase es retórica por principio, ya que una persona esclavizada es
un esclavo, y negar eso es negar su realidad; lo que demuestra de hecho (ya no sólo
por principio) una condición de inmadurez, que sería lo que impida esa comprensión
de la realidad, y eliminando con ello toda posibilidad de corrección efectiva
de la misma. Es, que es tan obvio, demostraría otro mar de fondo, que sería por
el que no se puede corregir el problema original; y sería la manipulación del
problema racial, por parte de unas élites académicas normalmente lideradas por
blancos, que viven de explotar el problema negro con esta manipulación de
figuras suyas.
El caso se Makota Valdina es
típico, pero sobre todo esquiva que justo el gran aporte negro a Occidente
sería el de esta experiencia existencial suya; a la que primero habrían llegado
por sí mismos, en la imprudencia con que desarrollaron un mercado que
simplemente los sobrepasó en la demanda creada, terminando victimizarlos.
Además de ello, sólo la tremenda humillación y depauperación de su raza pudo
ofrecer esta experiencia, como justa lección sobre la justicia; sin que además
pueda culparse a nadie más que al desarrollo mismo del mercado, que sólo se
liberalizó cuando fue económica y tecnológicamente factible. Figuras como la de
Makota Valdina son desgraciadamente posibles, por el grave componente
ideológico de los debates políticos; que oscurecen la racionalidad de los
argumentos con un emocionalismo compulsivo y moralmente supremacista, pero
reconocible por la vaciedad retórica; que aporta a su vez esa experiencia
trascendente de participación tan propia de los grandes discursos morales, que
no ofrecen nada en la práctica.
Eso después de todo no es grave, si toda forma
de liderazgo político es sospechosa hasta por principio; el problema es la
perpetuación perversa que hace de la situación original, estancada en el ego de
los falsos líderes, usados como nuevos contra mayorales para manejar la
dotación. Esto viene a propósito de la
protesta de actores negros contra la segregación virtual en Hollywood, como
sede de la industria fílmica más poderosa y convencional; en contraste con la
pica en Flandes puesta por el filme The birth of a nation con el Sundance Film
Festival, que se ha mostrado su mejor contradicción. De hecho, en este
contraste resalta el carácter no alternativo del Sundance, que tiene un perfil
propio y lejos del corporativismo típico de Hollywood; resultando en una
recuperación más efectiva de la industria, compulsada a la corrupción por las
prácticas mercantilistas del corporativismo postmoderno. No es gratuito que estas
figuras negras sean también las que insistan en atenerse a los patrones de
belleza tradicionales, aunque los critiquen por su racismo implícito; cuando ya
debería ser obvio que los patrones estéticos en general son impuestos por la
élite de poder, que es lo que es ilegítimo como acto de prepotencia política.
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Al final entonces, no se
trataría de que el deseo o la necesidad de reivindicación racial y política no
sean legítimas; tampoco de que la misma no sea posible, sino que para ser
posible requiere de una madurez y suficiencia propia, dada en la consistencia
de sus propios postulados. En ese sentido, cualquier propuesta que dependa del
juego retórico debería ser cuestionable por principio, revelando esta
inconsistencia suya; más aún cuando esta inconsistencia se puede demostrar en
la inmediatez del beneficio que se busca, y que así revelaría a su vez su
determinación absoluta en el ego personal; no importa las emociones a las que
apele, ya que el emocionalismo en el discurso es precisamente la manipulación a
la que acude; como bien sabrá cualquier hijo de esclavos, mirando con compasiva
suficiencia esa obstinación de la vieja clase que se empeña en perpetuar su
error.
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