Por Ignacio T. Granados Herrera
Una de las formas más patéticas y tristes de
servidumbre, sería la del que se venda como rebelde para valorizarse como doméstico;
lo que se deberá sin dudas a la profunda contradicción que revela, y que
afectaría a la persona concreta de que se trate, no a la imperturbable realidad.
La servidumbre en sí no sería lamentable, más allá de las metáforas y
elaboraciones éticas obre el servicio y la modestia; se trataría de una
condición fatal, a la que incluso puede acudir el individuo voluntariamente
para redimir deudas, sin que eso le reste ni en fatalismo ni en dignidad. No
obstante, eso implica cierta madurez, para aceptar con pragmatismo la realidad
como una circunstancia eventualmente desfavorable; que es por lo que no afecta
a la dignidad de la persona, en tanto esta posea esa madurez para comprender y
aceptar su realidad. Esa aceptación aún admitirá la rebeldía, cuando la
servidumbre no sea voluntaria sino forzosa; pero siempre pasa por una
comprensión madura de la realidad propia, y una actuación entonces consistente,
cualquiera que sea la decisión al respecto.
Sin embargo, otra cosa muy distinta es cuando a
lo que se aspira es a la promoción dentro del sistema mismo; que es lógica
cuando la servidumbre es voluntaria, pero no cuando lo que se hace es justo
rebelarse ante esa condición. De esta inconsecuencia podría culparse al
traumatismo de la experiencia, cuando esa servidumbre es involuntaria; sólo que
con la salvedad de que en un estadio de madurez no habría problemas de origen,
sino más exactamente de madurez. Esa obviedad es lo que podría aplicarse a los
negros, que protestan su marginalidad en el espacio que les conceden los
blancos; porque ya en esa concesión primera reflejarían la propia sumisión, en
que a lo que aspiran es al rango intermedio del mayorazgo; o peor aún, del contra mayorazgo que les permita exhibir
esa autoridad concedida por el dueño reconocido sobre otros negros. El
cimarronaje, como contraste con la servidumbre, es una condición
contradictoria, pero sobre todo tiene alcance ontológico; no es circunstancial
y condicionada, a pesar aún de ser reactiva, en tanto es una reacción al estado
anterior de servidumbre.
El cimarronaje es una condición ontológica porque
se desarrolla como una naturaleza, al margen del sistema que ata al individuo a
la servidumbre; y por ello es un paradigma que no se establece como
alternativa, y que es lo que hace de la falsa rebeldía una condición real de
servidumbre; ya que las alternativas se dirigen a la reproducción del mismo
sistema que excluye a la persona originalmente, abriéndolo para la misma; pero
esto sólo en la medida en que esta persona haga esas concesiones originales
sobre su propia dignidad, accediendo a la servidumbre en su inconsistencia.
Sirva pues esto como reflexión a esos falsos cimarrones que enarbolan sus
discursos desde el espacio que les conceden los blancos, ignorando incluso la
humillación de otros negros en su inconsistencia; porque por engañar no se
engañan ni a sí mismos, en esa dependencia de la misericordia de los amos que
en secreto los desprecia; y que los desnuda ante la suficiencia de quien vive
su marginalidad, voluntaria o no, pero con la dignidad de su propia
constitución ontológica.
No comments:
Post a Comment