Por Ignacio T. Granados Herrera
Los movimientos radicales y militantes son importantes, porque son la
fuerza de choque de las minorías; pero por lo mismo no son los que se sientan
en las mesas en que se negocian los espacios de participación; aún si de hecho
son los que consiguen sentar en esas negociaciones a las mayorías relativas al
que se enfrentan, porque la cuestión ahí es de funciones. En ese sentido, lo
que lleva a personas concretas a radicalizarse en una militancia activa es
precisamente la inseguridad personal ante el poder convencional; pues siendo
marginado por el mismo, su militancia consiste en exigir una cuota de
participación que lo integre en el sistema. En ese mismo sentido entonces, las
personas concretas sin un problema de inseguridad personal respecto a ese poder
convencional no se radicalizan en una militancia; teniendo entonces un espacio
para la comprensión, que le permite negociar de modo efectivo con ese poder
convencional, una vez que ha sido obligado por la militancia radical a acceder
a dicha negociación.
Vale aclarar que es absurdo esperar que un poder cualquiera se siente a
negociar de modo espontaneo, sin la presión del radicalismo militante; ya que
como poder es fuente de seguridad él mismo, llegando a la determinación total del
sistema, que pone en función suya. De ahí, proporcionalmente, la inseguridad de
las personas concretas marginales respecto a ese poder convencional; que por
tanto lo presionan con su militancia radical, para obligarlo a una negociación
en que ceda espacios de integración. No obstante, y como contradicción incluso
de principios, esa misma militancia radical impide los procesos de
intelectualización que permiten una negociación efectiva; y eso como un
principio tan riguroso, que permitiría detectar el falso radicalismo de una
militancia dada a la manipulación del discurso, al pretender su
intelectualización. Dicha contradicción se debería a que el poder intelectual
es por sobre todo relativista, reconociendo las causas y determinaciones de
todo fenómeno; que es la comprensión por la que puede negociar de modo efectivo
con las élites del poder convencional, incluso si son funcionalmente opresivas.
Eso no quiere decir que la diferencia sea evidente en todo caso, que es
por lo que la manipulación consigue desviar de continuo los esfuerzos de ajuste
político; en un proceso paralelo de corrupción de la oposición militante, que
pretende extraer beneficios particulares de cualquier proceso de negociación.
Este proceso de corrupción paralela también puede ocurrir de modo inconsciente,
ya que el poder intelectual se ha trivializado como una cuestión de status; por
el cual las personas concretas pueden compensar su propia inseguridad respecto
al poder convencional, comparándose con el mismo. Eso, que es un fenómeno
comprensible, tiene sin embargo el mismo efecto deslegitimador de la negociación
como proceso político; en cualquier caso, debería bastar la suficiencia y la
seguridad personal para establecer una negociación efectiva con ese poder… que
en definitivamente se pretende en toda su convencionalidad. Vale esta
aclaración última, porque en definitiva el problema de toda la estructura
social es la convencionalidad del poder; de modo que cualquier pretensión
respecto al mismo es ya ilegítima, corrompiendo toda posibilidad de realización
personal con ese espejismo del poder.
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