La política cubana es o ya debería ser cosa de blancos, porque va siendo hora de tratar al país con el mismo respeto que el país nos trata como grupo, de devolverle la prioridad que nos concede en la solución de los problemas. Pero eso es en lo que respecta a la política interna, su proyección internacional es otra cosa; nuestra nacionalidad es nuestra sin condicionamiento a compromiso alguno, no la pedimos sino que está ahí. Antes conviene referirse a una paradoja del enfrentamiento internacional entre las facciones, y es la paradoja de la izquierda; un grupo que ante la incapacidad y la insuficiencia del Capitalismo para autorregularse, no permite que se desarrolle la fuerza capaz de enfrentarlo con eficacia.
Una vez ahí, cabría preguntarse entonces qué hay detrás de la tremenda fuerza de proyección de Yohani Sánchez; una fuerza falsa sin dudas, pero no menos arrolladora por ello, capaz de movilizar —cualquiera sea el modo— recursos y explotar el fácil emocionalismo de las muchedumbres ansiosas de trascendencia, como en el socialismo tradicional. Hay incluso una serie de dibujos animados, que hablan del empecinamiento del gobierno cubano; que sin embargo sólo contribuiría a legitimar a la figura a la que se opone, y que sin ese enfrentamiento no tendría relevancia alguna. Es decir, no importa el dinero ni los premios espurios, Yohani parece más una figura creada por el gobierno cubano que por ningún otro poder; por qué, esa es la cuestión que haría enarcar la ceja a cualquiera acostumbrado a hurgar en las bambalinas, que es donde se determinan las cosas con esa complacencia en que conviven todos… blancos tenían que ser.
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