Saturday, May 3, 2014

La verdad más oscura

Cartas para Gloria
El tratamiento de la cuestión racial requiere algunas aclaraciones para no decaer en el sin sentido y la descalificación. Primero, todo negro que trate el problema del racismo ha de ser necesariamente resentido; ese acercamiento suyo al tema se debe a una experiencia que no por común deja de ser particular y suya. También parte de una angustia, la de la incomprensión, porque nadie siente lo que él siente; puede lograr solidaridad, sensibilidad y cosas de esas, pero no una comprensión profunda de su urgencia. De ahí que, como en el caso del feminismo, posea la acusación de amargado; por principio y con razón, pues su beligerancia está basada en una experiencia profunda e inevitablemente amarga. Es un poco grosero, no meramente insensible, reducir la legitimidad de un discurso a un aspecto; que además de serle natural, no le resta legitimidad ninguna, e incluso le da fuerzas para seguir dando batalla. Pero eso es en lo que respecta a las aclaraciones, y como realidad política bien vale añadir otras contradicciones; como la del victimismo, por el que una persona aspira a un estado de wellfare casi que corporativo; sin esforzarse realmente por superar las limitaciones, que serán muy injustas pero que requieren originalidad y consistencia antes que reclamos. De ahí que las quejas sobre racismo susciten tanta suspicacia, y más valdría comprenderlo para tratar de superar el impás; cuestionando, por ejemplo, la misma actitud de las víctimas respecto a la relatividad del poder.
Cuentos negros
Preguntado un prominente intelectual negro si su homofobia no era un simple prejuicio cultural, respondió que sí lo era y que no le interesaba superarlo. No respondió a la segunda pregunta, retórica, de qué le hacía pensar que no fuera ese el caso de los blancos, y por qué podía esperar otra actitud frente a lo que a todas luces era un mal común. La cuestión, ahí, deriva entonces a la consistencia del discurso; que será muy legítimo pero también inútil, en tanto no puede proveer una consistencia y ser convincente con ello. Al final puede resultar que lo que se reclame no sea la corrección de un problema histórico; sino sólo detentar el mismo poder que el del supuesto opresor, reproduciendo entonces su misma arrogancia y prepotencia. En otra ocasión, salió a relucir cómo la mayoría de los proyectos relacionados con los negros son manejados por blancos; a la pregunta de “¿pero dónde están los intelectuales negros?” no se pudo responder con la obviedad de su marginación; porque si bien es cierta esta marginación, no es menos cierto que no han podido superar personalismos y concretar por sí mismos uno sólo de esos proyectos suyos. Cualquiera que sea el motivo, lo cierto es que a estas alturas los negros no hemos logrado materializar una sola de las miles de ideas que nos afloran constantes; revelando, más allá del estancamiento político de la sociedad, que es un mal externo, una falta real de voluntad individual y propia en ese sentido, y eso es un mal peor porque es interno.
Díptico
Pero esas inconsistencias, graves, son sólo el reflejo de la misma debilidad argumentativa de los discursos; que en aras de una legitimidad aparente y retórica, distorsionan la naturaleza de los sucesos históricos en que se basan, como el tan socorrido de la esclavitud. El ejemplo estelar sería ese mismo de la esclavitud; como si no hubiera sido la maquinaria fatal por la que tuvo que pasar la economía hasta que las revoluciones científico técnicas permitieron cierta holgura política. En definitiva, el comercio de negros lo comenzaron los africanos como parte de su propia industria; y los europeos sólo lo intervinieron cuando la demanda creció tanto que había que mecanizar la producción para estabilizar la oferta, desplazando a los pioneros. Ese, por cierto, es el proceso de desarrollo de los grandes negocios; comenzado por un pionero que tiene una idea genial, que luego ha de vender a un capitalista
El banquete
que trae mejores capitales; y la cosa parece entonces como que dialéctica, al menos por la seriedad de sus protocolos. En esa crudeza se basaría la reticencia del sur norteamericano a la abolición, conservador y desconfiado frente al triunfalismo tecnológico que irradiaba el norte; por más que las discusiones recurrieran a la moral, y como siempre ocurre entonces, hubiera que ganarlas por la fuerza, que suele ser la más evidente razón. Hasta los patrones de belleza desconocen la beligerancia política, y responden a intereses económicos; se asocian con el ejercicio real del poder por clases étnicamente reconocibles, y a veces hasta de simple hábito; como en el caso de la palidez entre los bárbaros europeos, en que los nobles no se exponían al sol, ¡por simple ocio y snobismo! Así las cosas el asunto es hasta animal de tan amoral, como cuando las hembras buscan los mejores machos en términos genéticos; es decir, muy darwinistamente, los que tienen más probabilidades concretas de sobrevivir y ofrecer refugio y sostén. El problema entonces sigue siendo la economía; la misma que obligó a las mujeres a salir a trabajar, y antes a imponerse para lograr el voto; por más que blandieran el expediente moral, igual que los humanistas ingleses como pioneros de las teorías del capitalismo moderno.
Et in Arcadia, ego...
El problema con esto es la deslegitimación paulatina del discurso, que decae en la inefectividad aunque mantenga los patrocinios; en vez de desarrollar los recursos que puedan mejorar la estructura con su originalidad, entonces sí que efectivamente y también más allá de la música y el folclor. El ejemplo, contundente de tan lineal, está presente en la misma actualidad política estadounidense; donde el liberalismo demócrata ha logrado imponer un segundo negro presidenciable, a costa de retórica y prácticas divisivas que rozan la ingobernabilidad; mientras el conservadurismo republicano tuvo el primero, un consensuado Collin Power, tan respetable que tuvo la decencia de renunciar antes que representar lo irrepresentable. Cuando el primer Busch formó su gabinete, intelectuales negros cubanos acudieron al sofisma; y con esa arma letal de los revolucionarios cubanos, se preguntaban retóricamente qué podían hacer Collin Power y Rice por los negros desde su puesto. Pues bien, quizás hicieron lo mejor que puede hacerse por alguien; enseñarle a pescar antes que garantizarle cuotas de pescado, que los corromperían en el clientelismo; mientras que el tardío hit racial de los demócratas, es como que demasiado blanco, y más le vale para sobrevivir en medio tan amistoso que abraza como el oso. No hay duda que Powell y Rice, ese par de monumentos de mármol negro, crecieron en el ambiente más hostil; eso hace más contundentes sus victorias, y más serias sus reticencias que la elocuencia intelectual que sustenta a los actuales programas sociales; que al final siempre fracasan, como fracasa todo intento de ingeniería social ante la basta realidad, tan poco refinada.

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