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El problema con la concepción histórica
del Marxismo es que se desarrolla como una profecía de auto cumplimiento, desde
su naturaleza dogmática; debida a su vez a que proviene de la interpretación
del pensamiento hegeliano, con que se establece el mismo[1]. En ese
sentido, no se tiene en cuenta que la crítica hegeliana original tiene valor
substractivo y no positivo, al plantearse como necesidad; que debería
satisfacerse en la propuesta marxista, con un fenómeno positivo suficiente, que
no ocurre fuera de su ideología.
Se trata de la crítica original de Hegel
sobre la insuficiencia de la tradición filosófica, que la reducirá al estudio
de su historia; como la determinación misma del marxismo a cumplir en la acción
política, con el presupuesto de que el trabajo de la filosofía es cambiar la
historia, no comprenderla. Si la afirmación de Hegel no se redujera a la crítica
de la tradición, él mismo habría satisfecho esa necesidad con una tradición
propia; en cambio se limita a la creación de una historia de la filosofía, que
aún mantiene en esta su interés objetivo.
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La función de Hegel aquí es como la de
Sócrates y San Agustín, como cúlmenes de la tradición que sellan; no porque
tengan ese valor, sino que les es atribuido por la tradición que inauguran, en
su propia legitimación. El dilema aquí no es tan simple como parece, dadas las
consecuencias que tendrá en la evolución del pensamiento occidental; que por
esta premisa va a perder todo interés en la sistematización ontológica, para
resolverse como ideología, y con ello en una función política.
La fundación de la tradición marxista va a
carecer de este interés expreso en lo ontológico, aunque lo resuelva tangencialmente;
dado en la sistematización anterior del capitalismo en El Capital, que
así funciona como un referente epistemológico de corte realista. No obstante,
la evolución posterior de Marx muestra que esto no es su interés, sino el de lo
histórico; como razón por la que cualquier comprensión sobre la dialéctica como
estructura propia de la realidad, ha de remitirse directamente a la hegeliana.
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Aquí surge el problema, pues con esta
contracción al valor sustractivo de lo histórico, el pensamiento entra en un
bucle estructural; que es el de la mera contradicción dialéctica, proveniente
del maniqueísmo subyacente en la fundación cristiana de la cultura Occidental. La
dialéctica sí provee una experiencia de excepcionalidad transhistórica, desde
la que superar ese fatalismo histórico; pero sólo en tanto la experiencia
existencial acceda a esa transhistoricidad, negada en la contracción a lo
ideológico.
Es así que en la acción histórica, el
Marxismo sólo crea la acción en cadena propia de esa fatalidad, en la lucha de
clases; hasta el punto de que consciente de esta deficiencia, silo puede
proponer el socialismo como una conclusión milenarista y dictatorial. Por
supuesto, es esta naturaleza dictatorial la que mantendrá en movimiento esa
naturaleza fatal de la dialéctica histórica; con la segregación inevitable de
una burguesía corporativa, en la especialización administrativa del partido,
que requiere así de una revolución constante.
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En tanto fatalidad, pareciera entonces que
la solución fuera el anarquismo, como contradicción permanente del orden
establecido; lo que no tiene en cuenta que incluso una revolución constante
sería el establecimiento de un orden, con su consiguiente segregación se
clases. El problema es que la deficiencia proviene del origen, y reside en esa
naturaleza fatal de la dialéctica histórica; cuyo vicio sólo se puede romper en
la transhistoricidad de una nueva experiencia existencial, que en su novedad
desconozca los vicios del poder histórico.
Ese es el sentido de una abstracción del
problema racial, de esa contradicción dialéctica de lo histórico en Occidente;
como una nueva potencialidad sobre la que realizar al Ente, dada en su propia
depauperación política. Posibilidad que como última tentación, se dificulta en el
desarrollo de la tradición liberal; que fundada en la Ilustración moderna, no
sólo satisface las necesidades ideológicas del marxismo, sino que incluso lo
lleva a esa realización de su propia fatalidad.
Sin embargo, esto mismo explica esa otra dificultad,
que impide la solución del problema racial como una fatalidad ficticia; ya que
acaparado por ese canibalismo ideológico del sentido histórico del marxismo, se
hace dependiente de la voluntad política del mismo. No es que esa voluntad no
exista, sino que estaría naturalmente subordinada a su propio interés en esa
naturaleza histórica; que siendo un estado de contradicción permanente, no prevé
una solución real fuera de esa ficción teológica del comunismo milenarista.
[1] . Vale aclarar que esta naturaleza
dogmática sería propia de esa interpretación, no del pensamiento hegeliano
mismo; ya que parte de un índice de valor programático y hasta catecumenal, que
decide entre lo positivo y negativo de las diversas tradiciones en que se
funda.
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