Producto sin dudas de las muchas contradicciones políticas del momento, ha
salido a relucir el problema con las demografías; según las cuales, hay una
gran desproporción entre el índice poblacional de los negros y el de su
encarcelamiento. No sólo la desproporción es cierta, sino que también es lo
natural, dado que sólo refleja esa misma desproporción en recursos y pobreza;
contribuyendo con ello al afianzamiento de prejuicios ya arraigados en el
comportamiento social, desfavorables a la raza negra.
Los índices de delincuencia son naturalmente mayores en las clases más
pobres de toda estructura social; ya que al poseer menos recursos, e incluso la
educación necesaria para obtenerlos, recurren más al acto delictivo. Eso a su
vez se debe a la profunda dependencia de toda estructura social, respecto a las
relaciones económicas en que se organiza; que no sólo hace esta determinación
sobre el comportamiento social, sino que también dificulta o favorece ese
desarrollo necesario.
No obstante, el error está en creer que esa determinación puede cambiarse
con acciones puramente políticas; que afectando externa y no internamente a la
estructura, son de suyo y necesariamente superficiales. No es sólo que sean las
relaciones económicas las determinen a la sociedad, sino que incluso estas son
culturales; por lo que cualquier redeterminación que se haga desde la política
va a reducirse a esa afectación superficial, en la que termina por agotarse; y
en lo que puede incluso hasta revertirse, causando así un efecto contrario al
que se busca, con el mayor estancamiento de dicha estructura.
Por eso que cualquier cambio de dichas determinaciones ha de provenir del
interior mismo de dicha estructura; que es además como tradicionalmente ocurre,
con plazos de una o hasta dos generaciones para consolidar los desarrollos.
Tratar de acelerar esos plazos naturales, normalmente redunda en la
desestabilización de la estructura; introduciendo una serie de traumatismos,
que la misma tendrá que absorber según su propio margen de asimilación; pero
que en todo caso no va a cambiar la determinación de sus relaciones políticas,
dadas en lo económico como sólo como signo de poder efectivo.
Esto no es comprensible para las tendencias políticas de corte liberal y/o
de izquierdas, fundadas en el humanismo moderno; que surgido como tradición en
pleno apogeo del racionalismo positivo moderno, descree de esas determinaciones
de la realidad, por extra positivas. El resultado final de dichas presiones es
sin embargo paradójico, resultando en una contracción del desarrollo de la
estructura social; que deriva hacia el autoritarismo feudal, como se vería
desde el inicio mismo, con el régimen del terror revolucionario en Francia.
Eso se debe precisamente a que la estructura no responde a sus
determinaciones económicas, sino a las políticas; dadas en la antigüedad medieval
por la autoridad señorial, y en la contemporaneidad por el partido como
administrador político. De hecho es el mismo proceso en que decae incluso el
capitalismo, pasando de industrial —y en ello individualista— a corporativo;
resultando en una contracción de la estructura de que se trate, por la sujeción
a la autoridad, que vela siempre por sus propios intereses aunque diga hacerlo
por los de la estructura en su corporatividad.
Incluso la apelación al concepto de justicia para estas redeterminaciones
es espuria, en tanto se trata de un concepto abstracto; que sólo legitima más o
menos los actos, pero no alcanza a determinarlos, por no responder a intereses
particulares, como la economía. Incluso en el caso del racismo instituido en las
culturas modernas, el problema sigue siendo cultural y sólo se redetermina
desde la cultura misma; en la medida en que con el desarrollo económico
particular, los distintos estamentos continúen la espiral de desarrollo general
de la cultura.
No comments:
Post a Comment