Sunday, May 31, 2020

Raza y política en el problema cubano


El problema del racismo en Cuba se ha hecho complicado y difícil, por su ambigüedad; hasta el punto de diluirse políticamente, por el carácter integracionista de la cultura cubana en general. A diferencia de la cultura norteamericana la cubana no es segregacionista, pero eso no niega que tenga un conflicto racial; que nace justo desde las mismas políticas de emancipación, que mantuvo económicamente subordinada a la población negra.

Ese proceso es incluso natural, no importa si injusto, puesto que la cultura es siempre un ejercicio de poder y fuerza; patente incluso en la misma África que iniciara el tráfico de esclavos como un elemento estrictamente cultural y económico, no moral. Precisamente el desarrollo de las culturas es el de su integración, que es paulatina y condicionada al margen de tolerancia y flexibilidad social; pues de otro modo colapsaría la estructura misma, incapaz de asimilar la conmoción de las relaciones funcionales (políticas) en que se organiza.

Eso se consigue con reformas económicas y presión política, siguiendo ideales de justicia; pero cuyo carácter abstracto impide que tengan otro valor que la referencia, en su función moral. Insistir en su materialización puntual no consigue sino ese trauma de la estructura, que obviamente se resiste y genera violencia; ese es el valor de la presión continua, como ajuste constante de estrategia y alianzas funcionales tendientes a esta integración.

Esa presión no sólo ha de existir como estrategia de un estamento para condicionar la estructura que quiere integrar; porque eso significaría que ese estamento no está respondiendo a las condiciones de esa estructura, y por tanto no puede ni quiere integrarla realmente. Esa presión ha de existir también internamente, como el propio condicionamiento a las posibilidades concretas que le ofrece esa estructura; otra cosa es el chantaje político, que no sólo nunca es justo sino que es de hecho contraproducente; provocando resentimiento y la reacción proporcionales a esa presión suya, en su propia fracturación.

Es por eso que ningún estamento en este estado confrontacional debería huir de la confrontación a su propio interior; sobre todo teniendo en cuenta que se trata siempre de personas concretas, que canalizan los problemas sociales en y a través de los suyos propios. Esa es justamente la susceptibilidad de corrupción de toda reforma, que es natural en tanto es humana y ocurre en un marco histórico y una cultura; y que sólo puede contrarrestarse por medio de la confrontación continua, que es lo que ocurre en la arena política, como negociación común de intereses particulares.

Sobreponerse a esa confrontación alegando superioridad moral en el sentido de justicia, sólo contribuye al debilitamiento político; y peor aún en el caso cubano, donde la tensión racial es más consistente por su carácter no segregacionista. En ese sentido, los negros son responsables de aportar al país tanto como le piden, comenzando por la solidaridad y comprensión; no dejándose subordinar a la manipulación política de sus élites, sino en la creación de un espacio de libertad para todos los individuos.

Entrar en el juego del chantaje político del gobierno es alinearse con él, y asociarse por tanto a sus políticas; repercutiendo en la falta de credibilidad ante el resto de la población, interlocutor inevitable en estas discusiones. Es responsabilidad de los negros negociar y articular la solidaridad del resto de los cubanos, no exigirla; esa exigencia implica una superioridad moral que no existe, porque en la cultura —más allá de su determinación— sólo existen problemas actuales, y que lo niegue quien pueda tirar la primera piedra.

Cuando Fidel Castro cuestiona Erneido Oliva su participación en Bahía de Cochinos, su pregunta es ofensiva; tanto como la del falso liberalismo norteamericano, con el que comparte la raíz en el falso humanismo de la Francia revolucionaria. Antes de eso, al triunfo de la revolución cubana, muchos negros no se exiliaron por causa del apartheid norteamericano, no porque creyeran en la revolución; pues desde la guerra del 1912 los negros han luchado por la integración, pero también condicionándola con la desconfianza natural.

Esta contradicción ha permitido al gobierno cubano manipular el problema racial, reduciéndolo al mero discurso catártico; pero como un displicente permiso que otorga a la dotación, para que celebre el día de Reyes en carnaval; no como un problema de libertad individual, que en su naturaleza represiva desconoce. Toca a los negros confrontar su realidad para poder condicionarla, en vez de darse los mismos golpes de puño en el pecho que su gobierno; sobre todo porque a diferencia de ese gobierno, no están en el tope de la cadena alimenticia, así que más vale encontrar cierta flexibilidad.

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