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Con su acercamiento crítico al trabajo de
Fernando Ortiz, Alfredo Triff propone una revisión original del problema negro;
que desenmascarando las trampas de la fe con que el científico había sido consagrado
por la teología revolucionaria, ofrece al fin una posibilidad de superación. El
trabajo no es tan simple como encontrar falencias de criterio en el maestro por
excelencia de la antropología cubana; sino más complejo y eficiente que eso,
porque descubre la naturaleza antropológica de esa antropología misma,
permitiendo su crítica eficaz.
Hasta ahora, la discusión del problema
negro en Cuba se encontraba no sólo estancada por los convencionalismos; exacerbados
por el oportunismo —también antropológicamente comprensible— de los negros que
conocen de referencias la evolución de Ortiz; sino que también padece la
presión de las becas institucionales norteamericanas, que se legitiman en su
propia contradicción sobornando a los cubanos. Eso es lo que ha cambiado, como
una apertura que responde a la evolución del pensamiento de los blancos cubanos
respecto al problema negro; permitiendo un espacio en el que negros informados
de primera mano puedan desarrollar un pensamiento original, que los saque
definitivamente de la esfera política de los blancos.
Como prueba, también hasta ahora, la
antropología negra en Cuba ha sido ejercida por los blancos; desde el mismo
Ortiz que la inaugura al magisterio de Lidia Cabrera, y las manipulaciones
folcloristas que en ellos se justifican, tanto en Cuba como en el exilio. Lo
cierto es que en una contradicción, ninguna parte puede poner más del cincuenta
por ciento, y a la otra le toca esa otra mitad; que siendo funcional, no puede
ser delegada, convirtiéndose en el hueco negro fuente de la violencia centrípeta
que genera con su ausencia.
En realidad, toca el intercambio en que se adecuen
los criterios incluso si violentos en principio; que conduzcan a la función de
esa crítica que ejercía el estudio ciertamente viciado de Ortiz, por ejemplo. Esto se refiere al principio moral que permite la crítica de Ortiz como euro
centrista y blanca, en tanto se trata de un problema cultural; en cuyo
espectro, el primitivismo de los estamentos más bajos de la sociedad sí es
criminal, porque atenta contra el desarrollo de la estructura misma, más allá
de la ralentización saludable de una influencia.
Por eso este tipo de análisis
no puede estar exento de la generosidad que aporte lucidez a los criterios,
para hacerlos más efectivos; rehuyendo esas otras trampas de la fe que son el
suprematismo moral de las corrientes liberales postmodernas, más radicales que
las modernas. En definitiva, la cultura como naturaleza tiene un valor estructural que la
organiza por relaciones funcionales; y eso quiere decir que los problemas de
identidad son falaces después de cierto punto, porque la civilización es un
principio universal de valor incluso mecánico.
En ese sentido, la cultura es
siempre violenta, porque es la imposición de parámetros convencionales sobre
los individuos y sus intereses; y que así serán coercitivos, no importa ni
siquiera la posición que se ocupe en esa escala en que se estructura la
sociedad. Otra cosa es la capacidad o incapacidad de la sociedad para moverse
en ese espectro de desarrollo, que es lo que acaba de resolver la crítica de
Triff; un acto sin dudas generoso en su inteligencia, que exige de algún
caballero negro que le recoja el guante con la misma y elegante generosidad.
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