Un tambor es como una mujer, camina y dice ¨uuuuuuuuuuuuuuuh¨; y uno quisiera tenerla como compañera porque
reúne requisitos. Carne de feministas, que pondrán el tambor en el cielo; pero
no va de sexos, sino de adivinanza, de diezmo y perfección. Cobra, como todo el
mundo; pero sustenta sus tarifas con las tripas, las tripas de un tambor y las
tripas del entrevistador, que no juega limpio. Ignacio nos mete en un jardín
verde y uno cree que busca la ceiba o la Siguaraya, que sin permiso no sé pué
tumbar; pero no, hay verde y torno, verde y arena, y un artesano con fe que se
explica.
Sólo la música nos salva, pero hay que saber franquear
puertas celestiales; que no están al alcance de los no iniciados ni de los
incrédulos. Pero en esto también trampea, el éxito consiste en volver siempre a
la casa de la madre; aunque sea soltera, madre y padre, aunque tengan
pantalones [Omelé Okó]. Pero si no encontramos las puertas celestiales, no nos
angustiemos; sólo hay que tirar de Manuel Corona, habanecue jamba; por ti, por
mí, por nosotros, por ti Santa Cecilia, la más primorosa mujer virginal.
Carlos Cabrera
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