Los republicanos podrán celebrar hasta con fuegos artificiales la
renuncia del fiscal general Erick Holder, pero la victoria ha sido fatigosa y
mínima; no que llegue a pírrica sino que no aporta nada, como un novillo que
después de muerto se muestra hueso y pellejo no más. No que el fiscal general
no fuera sustancioso, sino que ya infligió el daño a las tropas enemigas y este
adiós es displicente y elegante; por más que parezca un alfil sacrificado a la
debilidad del rey, cuando su poder estratégico era el de la reina y no tuvo un
sólo enroque —tampoco es propio del alfil— en toda su tenura. El rey es
ciertamente débil en este tablero, pero su función es también simbólica,
compensando su mediocridad de esfinge; y es en esta avanzadilla de la
administración donde radicaba la fuerza de choque, la efectividad del cambio,
que es de la cultura de justicia.
No por gusto esa desproporción en la alegría republicana, que aún no
puede asimilar los lanzazos de Holder; cuyo trabajo no fue legitimar los
supuestos despropósitos del presidente, ni tampoco fortalecerlo ante la
virulencia partidista del congreso. Igual es importante, porque Holder
simboliza un poco la fortaleza legal del presidente ante la estulticia con que
los republicanos aún insisten en deponerlo —tras su segundo mandato—, con los
mismos resultados. Entre la cómica amargura, aún
Miami no da cuenta de esta renuncia de Holder, lo que no importa mucho y ya es
típico; igual los medios más prestigiosos del país —que no son los tweets de
los congresistas republicanos— ya han hecho balance y las cuentas de Holder dan
más que positivas.
Primero, y no importa lo que digan, siendo el primer fiscal general
negro de la nación es también el cuarto con más tiempo en el puesto; segundo,
logró revertir legalmente una práctica prejuiciosa, basada en el profile racial
en la lucha contra el crimen civil, que afectaba seriamente a su minoría. En su
haber tiene el rechazo contundente de la discriminación legal por preferencia
sexual, cuando la cultura negra es conocida por su homofobia; y eso junto a
varios precedentes, que ya validan la presidencia de Obama aunque sólo fuera
por gastarse un fiscal de estos quilates. La alegación republicana de que
Holder apañaba las violaciones de Obama a la constitución, son… republicanas;
es decir, falaces, porque en realidad se refieren a su propia frustración en
sus intentos de rechazo de la presidencia con subterfugios legales.
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Holder ni siquiera se va fatigado como el festejo de sus oponentes, y
fue más efectivo que el presidente a pesar de haber sido técnicamente más débil
que él; y anuncia que seguirá trabajando para cambiar esa práctica prejuiciosa
de las leyes en el país, su cultura legal, ahora con el prestigio de haber
agitado el trapo rojo ante los toros mismos. A la administración le habría
gustado retenerlo —no es boba— pero no puede, lo que demuestra incluso su independencia
y buen juicio; sentando el precedente que faltaba en cuanto a estilos para la
renuncia, al distanciarse hasta de la nobleza de un Collin Powell comprometido
con la mezquindad de Busch pero protector de su familia. En general, el peso
del fiscal general es doméstico, y Holder puede muy bien quien salva la cara de
la fatuidad de Obama; dejando claro que la cuestión no está en ser negro sino
en ser auténtico, en contraste con ese amaneramiento que desaguó al otro.
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