Monday, August 18, 2014

¿Raíces?

El reivindicacionismo antropológico sería una característica de las élites intelectuales postmodernas; que apelando a una racionalización desde presupuestos morales, elabora sus discursos en este sentido. Eso sería efectivo, permitiendo la organización de los individuos en grupos de presión; capaces así de negociar su participación como entes políticos en la estructura social. No obstante, esta efectividad no cambiaría la experiencia individual del ente ya enajenado de la sociedad en principio; sino que posibilitaría un condicionamiento de su misma fuerza política, en base al trauma de su identidad cultural, que determina sus propias referencias existenciales. No habría que engañarse con la retórica reivindicacionista, que normalmente enmascara en un discurso radical la frustración de una falsa integración; por la que el ente enajenado incorpora y mimetiza comportamientos de la clase o élite que pretende integrar con erstas concesiones, en un proceso legítimo de negociasión política dirigido a la sobrevivencia económica. Es entonces una relación violenta entre los distintos entes políticos, en la que el sometido se ve condicionado en su avance progresivo; pero sobre todo por su propia debilidad ideológica, derivada de los problemas de identidad, por los que en definitiva lo que hace es mimetizar los comportamientos de esa clase o élite a la que se opone... en tanto de poder.

No será ajeno a eso el hecho de que todo discurso radical lo que hace en definitiva es manipular en su beneficio el trauma histórico que lo origina; y que es ya la manera en que se mimetiza como principio la clase o élite a la que se opone, con cierta forma de suprematismo ético. Tal es el caso de las reivindicaciones raciales en la cultura norteamericana, por ejemplo; donde la crisis es tan profunda y violenta que hace subsistir al fenómeno, como en un laboratorio para las ciencias sociales; pero cuya perpetuidad estaría dada por la manipulación retórica del problema, tendiente a estabilizarlo antes que a solucionarlo. Eso se debería a que, en su suprematismo [incontestable], el reivindicacionista distorsiona el origen histórico del trauma, que ya aquí es político; como cuando desconoce el origen y la naturaleza económicos de la trata de esclavos así como de su solución en el humanismo capitalista, que en verdad traspasó a los esclavos la responsabilidad por su propia manutención.

No se trata de la otra perversión que humaniza la economía esclavista, pero sí del objetivismo que reconoce su inevitabilidad en la evoluciőn económica de la sociedad; permitiendo incluso la eventual reconciliación del individuo con su trauma de origen, al reconocer esta naturaleza de suyo cultural; por la que, de hecho y más grave aún, la trata de africanos —que no fue un caso único de esclavitud— se originaría como un negocio de piratería costera propio de africanos, intervenido y recapitalizado por los europeos cuando la demanda superó a la oferta. El problema ahí, como el de los sindicatos, estaría en que el discurso radical sostiene el modo de vida de sus militantes; no solo o necesariamente en términos materiales, sino incluso en el modo más sutil e incisive de justificación trascendente de la existencia, con un fuerte matiz ético en su moralismo. Eso sería lo que explique la reproducción a escala de las actitudes de poder al interior de los grupos marginales; visto que en definitive el poder es relative, y se refiere siempre al vínculo con la convención general sobre el comportamiento.

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