Sunday, August 11, 2024

Dios ríos, Elogio de Andrea García Molina

El Almendares es el río emblemático de la ciudad de la Habana, dividiendo sus barrios del Vedado y Marianao; y pareciera en esto de una unidad, en ese poder con que corre, entre su cristalino ayer y su turbio presente. Pero el afluente —enigmático como la ciudad— es doble, centrando un país metafísico y no meramente histórico; mediando como experiencia entre dos realidades, cada una con su propio río como su propia historia.

De un lado, la reina hierática del postmodernismo cubano, con su paisaje burgués en el bucolismo criollo; bello sin duda, como un Sorolla de tierra adentro, que de mar sólo tiene el futuro, al que se dirige displicente. Del otro lado, una matriarca del postnovismo, con un paisaje todavía hermoso pero decrépito en esta hermosura; como un grito de bacante herida por la desgracia del hijo, y que sólo sabe aullar su dolor, prosaico y no sublime.

Una es Dulce María Loinaz, otra es Andrea García Molina, cada una con su propio país —como un sentido— a cuesta; y entre ellas, explicándolas, la bisagra de toda realidad, que es la poética trascendente de Georgina Herrera. Sólo esta puede explicar en su extrañeza ese contraste que une a las otras dos, realidad unificiente ella misma; como el puente alto de concreto, que ofrece la perspectiva sobre toda orilla posible, porque todas son suyas.

El río Almendares tiene así esa naturaleza misteriosa de todo cuerpo de agua, como un poder que se extiende; y que sosteniendo una realidad en cada hombro, les da sentido a todas en sí mismo, como su trascendencia. En verdad, el río que se ve es el que se forma de las lágrimas de estas mujeres, una en la abulia y la otra en su tragedia; ambas en la melancolía y la añoranza con que trascienden, pero solo una de ellas inmanente, real en su consistencia; la otra apenas una sublimación, un espíritu —dudoso como todo espíritu— del país, su leyenda aurea e irreal.

Como los ideogramas congos, todos los sentidos son de la realidad, pero sólo unos cuantos entre estos son reales; los otros son esas ofensas trascendentalistas que desgastan a la humanidad, perdiendo el sentido —la inmanencia— con la abulia. Esos son los misterios de lo real que esconde la poesía como liturgia, con himnos sentidos y profundos, de misa negra; dichosas las que lloran, susurran las ninfas negras en este río de trastocado Congo, porque ellas conocen el amor.

Sólo lo real trasciende, en esa consistencia suya de naturaleza en que se realizan los fenómenos, siempre concretos; y por eso, todo trascendentalismo es un gesto vano, destinado a diluirse en el vacío de su belleza sublime. Eso sin embargo no alcanza para negar los otros tres cuartos de la realidad en que se determina su inmanencia; y que parten de esta, como la consistencia en que es apenas comprensible, en esa distorsión borrosa de lo histórico.

De los dos ríos que cruzan a la Habana en uno, uno de ellos es tan solo reflejo del otro, aunque sea le vea primero; el otro es la densidad y sentido de este, la consistencia de la que no sabe que carece, y por la que flota sin sentido. Una mujer negra y hermosa es el puente de concreto que corre cuentas de collar entre sus manos, como este drama; ella puede explicarlas a estas dos, pero sólo una de ellas puede verla y escuchar sus palabras, la otra es apenas un velo.

No comments:

Post a Comment