Wednesday, May 29, 2024

La hermosa avalancha de Helen Cairo

La poesía de Helen Cairo ofrece varias experiencias, atropelladas y juntas en la sorpresa más grata; la primera como su poesía misma, plena y redonda en su simpleza, elegancia y humanidad; pero no menos importante es su llamarada de color, en el desierto de la poesía negra y femenina cubana. Por supuesto, la negritud es el gran reservorio al que puede acudir la cultura cubana para renovarse; pero es interesante ver los vericuetos por los que esa realización se desliza, puntual y efectiva.

Cairo consigue mantener ese equilibrio —precario como la vida— y empujar su fuerza a la expresión, limpia y plena; su temario lo aborda todo, su conocimiento le permite hacerlo bien, y su circunstancia garantiza este vínculo. Así, su sencillez estilística puede ser no una muestra imposible e hipócrita de humildad, sino un propósito; que partiendo de la eficiencia del haiku, hace de este una presencia no ocasional sino permanente, como una referencia.

La formación profesional —y el alud de referencias que esto le ofrece— produciría en otros casos cierta aridez intelectual; no en el suyo, puede que por esa extraña circunstancia de la precariedad material, que no le permite el aislamiento. Por eso, por ejemplo, su uso continuo de la primera persona del singular no es el abuso subjetivista habitual; sino que rescatando el alcance propio de la poesía, organiza toda su reflexión en el Ser en sí, ontológico; permitiendo en ello una comprensión del mundo con sentido propio, que sin embargo se proyecta universal.

Lo mejor es que tanta densidad se da en la ligereza del verso, pendiente de la fuerza de la imagen y nada más; esa es la limpieza en su poesía, que antes sólo se viera en el ya clasicismo de Georgina Herrera. Bien que se trata de densidades distintas, pero ambas en la misma ligereza, la de la vida que se impone fuerte; aunque hay en ella sin embargo otras mieles más que el crujido de caña en la fuga, una sutileza menos rotunda; una como paz de mujer que no huye ni siquiera a una libertad, de diosa que toca y reconoce los objetos del mundo.

Eso es maravilloso, porque el canon Herrera parecía destinado a perderse con su negritud excepcional; pero es salvado por esa ya dicha circunstancia del negro en Cuba, atrapado en esa marginalidad que lo rescata. Así, el temario de Cairo es un recordatorio de objetos reales y no ficticios en lo intelectual; un rosario como de las gustadas sensaciones de la Herrera, que ofrece continuidad a esa negritud sinuosa en su belleza.

Este libro de Helen Cairo tiene también su extraña circunstancia en contra, esta vez editorial; desde un diseño que diluye su excepcionalidad, y hasta un prólogo que puede ser excesivo en un poemario, por el peso. Tanto la autora como los editores con que se involucre deberían aspirar a más en este sentido, a una mayor consistencia; en definitiva, el gesto ha de ser completado por el entramado que lo sostiene, para que no se ahogue invisible; recordando que esas son decisiones de mercado, que afectan la repercusión final de su producto, no importa si poético.

Es sin embargo una presencia todavía fresca, necesaria para esclarecer esta madurez del negro en Cuba; que casi nunca es suficientemente negro, porque lo es desde la insuficiencia del rechazo social, no su propia consistencia. Cairo habla así de esa madurez que permite la integración final, porque no se condiciona por la circunstancia; sino que a la inversa, ordena al mundo en derredor suyo, como su propia determinación.

Este libro es probablemente la mejor decisión del sello editorial Laila, aunque en una gratuidad desafortunada; que apela en ello al impacto más inmediato y amplio posible, pero igualmente difícil por la atención que requiere. Esto es parte sin duda de esa extraña circunstancia cubana, aunque al menos consigue imponer esta presencia; debe, eso sí, servir de base para proyectos más amplios, imponiendo la distancia de su valoración en el mercado.

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